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Joyas de los Testimonios 2
el que descuida a los pobres, que pasa por alto las necesidades de la
humanidad doliente, que no es bondadoso ni cortés, se conduce de
tal manera que Dios no puede cooperar con él en el desarrollo de su
carácter. La cultura de la mente y del corazón se logra más fácilmente
cuando sentimos tan tierna simpatía por los demás que sacrificamos
nuestros beneficios y privilegios para aliviar sus necesidades. El
obtener y retener todo lo que podemos para nosotros mismos fomenta
la indigencia del alma. Pero todos los atributos de Cristo aguardan
ser recibidos por aquellos que quieran hacer lo que Dios les ha
indicado y obrar como Cristo obró.
Nuestro Redentor envía a sus mensajeros a dar testimonio a su
pueblo. El dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno
oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él
conmigo.”
Apocalipsis 3:20
. Pero muchos se niegan a recibirle. El
Espíritu Santo aguarda para enternecer y subyugar los corazones,
pero no están dispuestos a abrir la puerta y dejar entrar al Salvador,
por temor a que él requiera algo de ellos. Y así Jesús de Nazaret pasa
de largo. El anhela concederles las ricas bendiciones de su gracia,
pero se niegan a aceptarlas. ¡Qué cosa terrible es excluir a Cristo de
su propio templo! ¡Qué pérdida para la iglesia!
Representemos a Cristo
Las buenas obras nos cuestan un sacrificio, pero es este mismo
sacrificio lo que provee disciplina. Estas obligaciones nos ponen en
conflicto con los sentimientos y propensiones naturales, y al cum-
plirlas obtenemos victoria tras victoria sobre los rasgos objetables
de nuestro carácter. La guerra prosigue, y así crecemos en la gracia.
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Así reflejamos la semejanza de Cristo y se nos prepara para tener un
lugar entre los benditos en el reino de Dios.
* * * * *
Bendiciones, tanto temporales como espirituales, acompañarán a
aquellos que imparten a los necesitados lo que reciben del Maestro.
Jesús realizó un milagro para alimentar a los cinco mil que consti-
tuían una multitud cansada y hambrienta. Eligió un lugar agradable
en el cual acomodar a la gente y les ordenó que se sentaran. Luego