La necesidad de la iglesia
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que les ha sido asignada, se verán rodeados por una atmósfera com-
pletamente diferente. Sus labores irán acompañadas de bendición y
poder. Experimentarán una cultura superior de la mente y del cora-
zón. Quedará vencido el egoísmo que aprisionó sus almas. Su fe será
un principio vivo. Sus oraciones serán más fervientes. La influencia
vivificadora y santificadora del Espíritu Santo se derramará sobre
ellos, y serán acercados al reino de los cielos.
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El Salvador no tiene en cuenta las jerarquías ni las castas, los
honores mundanales ni las riquezas. El carácter y el propósito con-
sagrado son las cosas que tienen alto valor para él. El no se pone de
parte de los fuertes favorecidos por el mundo. El que es el Hijo del
Dios viviente se humilla para elevar a los caídos. Por sus promesas
y palabras de seguridad procura ganar para sí al alma perdida que
perece. Los ángeles de Dios están observando para ver cuáles de sus
seguidores manifestarán tierna compasión y simpatía. Están obser-
vando para ver quiénes entre el pueblo de Dios manifestarán el amor
de Jesús.
Los que comprenden la miseria del pecado y la compasión di-
vina de Cristo en su sacrificio infinito por el hombre caído, tendrán
comunión con Cristo. Su corazón rebosará de ternura; la expresión
de su rostro y el tono de su voz revelarán simpatía; sus esfuerzos se
caracterizarán por ferviente solicitud, amor y energía, y con la ayuda
de Dios constituirán un poder capaz de ganar almas para Cristo.
Todos necesitamos sembrar paciencia, compasión y amor. Se-
garemos la mies que estamos sembrando. Estamos ahora formando
nuestro carácter para la eternidad. Aquí en la tierra nos estamos
educando para el cielo. Todo lo debemos a la gracia gratuita y sobe-
rana. En el pacto, la gracia ordenó nuestra adopción. En el Salvador,
la gracia efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra
adopción para ser coherederos con Cristo. Revelemos esta gracia a
otros.
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