Página 469 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

Basic HTML Version

Nuestro deber hacia el mundo
465
despreciarlo porque no pertenecía a Israel. Los israelitas debían
amar al extranjero, porque Cristo iba a morir tan ciertamente para
salvarlo como para salvar a Israel. En sus fiestas de agradecimiento,
cuando recordaban los israelitas las misericordias de Dios, el ex-
tranjero había de recibir la bienvenida. En el tiempo de la mies, se
debía dejar en el campo una porción para el extranjero y el pobre.
Así los extranjeros podían participar también de las bendiciones
espirituales de Dios. El Señor Dios de Israel ordenó que fuesen
recibidos si querían elegir la sociedad de los que le reconocían. De
esta manera, aprenderían la ley de Jehová y le glorificarían mediante
su obediencia.
Hoy también Dios desea que sus hijos impartan bendiciones al
mundo, tanto en las cosas espirituales como en las temporales. Para
cada discípulo de toda época fueron pronunciadas estas preciosas
palabras del Salvador: “Ríos de agua viva correrán de su vientre.”
Juan 7:38
.
Pero en vez de impartir los dones de Dios, muchos de los que
profesan ser cristianos se enfrascan en sus propios intereses estre-
chos, y privan egoístamente a sus semejantes de las bendiciones de
Dios.
Mientras que en su providencia Dios ha cargado la tierra de sus
bondades, y llenado sus alfolíes con provisiones para sustentar la
vida, hay por todas partes necesidades y miserias. Una Providencia
generosa ha puesto en las manos de sus agentes humanos bienes
abundantes para suplir las necesidades de todos; pero los mayor-
domos de Dios son infieles. En el mundo que profesa ser cristiano
se gasta en extravagante ostentación lo suficiente para suplir las
necesidades de todos los hambrientos y vestir a todos los desnudos.
Muchos de los que han tomado sobre sí el nombre de Cristo están
[513]
gastando su dinero en placeres egoístas, en la satisfacción de los
apetitos carnales, en bebidas alcohólicas y manjares suculentos, en
casas, ropas y muebles lujosos, mientras que dedican apenas una
mirada de compasión y una palabra de simpatía a los dolientes.
Un gran campo misionero
¡Cuánta miseria existe en el corazón mismo de nuestros países
llamados cristianos! Pensemos en la condición de los pobres en