Página 470 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Joyas de los Testimonios 2
nuestras grandes ciudades. Hay allí multitudes de seres humanos que
no reciben siquiera el cuidado o la consideración que se otorga a las
bestias. Hay miles de niños miserables, haraposos y hambrientos, con
el vicio y la degradación escritos en el rostro. Hay familias hacinadas
en miserables tugurios, muchos de los cuales son sótanos obscuros
que chorrean humedad y suciedad. Nacen niños en aquellos terribles
lugares. Los niños y los jóvenes no contemplan nada atrayente,
ni perciben una vislumbre de las hermosas cosas naturales que
Dios creó para deleitar los sentidos. Se deja a estos niños criarse y
amoldar su carácter por preceptos viles, por la miseria y los malos
ejemplos que los rodean. Oyen el nombre de Dios solamente en
blasfemias. Las palabras impuras, los efluvios del alcohol y el tabaco,
la degradación moral de toda clase son las cosas que sus oídos y
sus ojos perciben, y pervierten sus sentidos. De estas moradas de
miseria, claman por alimento y ropa muchos que no saben nada de
la oración.
Nuestras iglesias tienen que hacer una obra de la cual muchos no
tienen casi idea, una obra apenas iniciada hasta aquí. “Tuve hambre—
dice Cristo,—y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber;
fuí huésped, y me recogisteis; desnudo, y me cubristeis; enfermo, y
me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí.”
Mateo 25:35,
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. Algunos piensan que todo lo que se les exige es que den dinero
para esta obra; pero están en un error. El dinero donado no puede
reemplazar el ministerio personal. Es bueno que demos de nuestro
recursos, y muchos más debieran hacerlo; pero se requiere de todos
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un servicio personal proporcional a sus fuerzas y oportunidades.
La obra de reunir a los menesterosos, los oprimidos, los dolien-
tes, los indigentes, es la obra que cada iglesia que cree la verdad
para este tiempo debiera haber estado haciendo desde hace mucho.
Debemos manifestar la tierna simpatía del samaritano y suplir las
necesidades físicas, alimentar a los hambrientos, traer a los pobres
sin hogar a nuestras casas, pedir a Dios cada día la gracia y la fuer-
za que nos habiliten para alcanzar las mismas profundidades de
la miseria humana y ayudar a aquellos que no pueden ayudarse.
Cuando hacemos esta obra, tenemos una oportunidad favorable para
presentar a Cristo el crucificado.
17—J.T., Tomo 2