Página 471 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Nuestro deber hacia el mundo
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Cada miembro de la iglesia debe considerar que tiene el deber
especial de trabajar por los que viven en su vecindario. Estudiad
la mejor manera de ayudar a los que no tienen interés en las cosas
religiosas. Mientras visitáis a vuestros amigos y vecinos, manifestad
interés en su bienestar espiritual, tanto como en el temporal. Pre-
sentad a Cristo como el Salvador que perdona el pecado. Invitad a
vuestros vecinos a vuestra casa, y leed con ellos la preciosa Biblia y
los libros que explican sus verdades. Esto, unido a himnos sencillos
y oraciones fervientes, conmoverá su corazón. Enséñese a los miem-
bros de la iglesia a hacer esta obra. Es tan esencial como salvar a las
almas entenebrecidas de los países extranjeros. Mientras algunos se
preocupan por las almas de países lejanos, preocúpense y trabajen
con igual diligencia por la salvación de quienes los rodeen todos los
que se quedan en su país.
Las horas que con tanta frecuencia se dedican a las diversiones
que no refrigeran ni el cuerpo ni el alma, debieran dedicarse a vi-
sitar a los pobres, los enfermos y los dolientes, o a ayudar a algún
necesitado.
Al tratar de ayudar a los pobres, los despreciados y los abandona-
dos, no trabajéis como montados en los zancos de vuestra dignidad
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y superioridad, porque en tal caso nada lograríais. Sed verdadera-
mente convertidos y aprended de Aquel que es manso y humilde
de corazón. Debemos recordar siempre al Señor. Como siervos de
Cristo, digámonos, no sea que lo olvidemos: “He sido comprado
con precio.”
Dios no sólo pide nuestra benevolencia, sino también nuestro
comportamiento alegre, nuestras palabras de esperanza, nuestro apre-
tón de manos. Mientras visitamos a los afligidos hijos de Dios, ha-
llaremos a algunos que han perdido la esperanza. Devolvámosles la
alegría. Hay quienes necesitan el pan de vida; leámosles la Palabra
de Dios. Sobre otros se extiende una tristeza que ningún bálsamo
ni médico terrenal puede curar; oremos por ellos, y llevémoslos a
Jesús.
En ocasiones especiales, algunos ceden a un sentimentalismo
que los lleva a movimientos impulsivos. Creen prestar así un gran
servicio a Cristo, pero tal no es el caso. Su celo muere pronto, y
entonces descuidan el servicio de Cristo. Lo que Dios acepta no es un
servicio espasmódico; no son arrebatos de actividad emotiva lo que