Página 478 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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Joyas de los Testimonios 2
nuestros hogares a los huérfanos, contribuímos a que se cumpla. No
permitamos que Jesús se chasquee con nosotros.
Tomemos estos niños y presentémoslos a Dios como una ofrenda
fragante. Pidamos su bendición sobre ellos, y luego amoldémoslos
de acuerdo a la orden de Cristo. ¿Aceptará nuestro pueblo este
santo cometido ? A causa de nuestra piedad superficial y ambición
mundanal, ¿dejaremos que sufran y entren en malos caminos seres
por quienes Cristo murió?
En la Palabra de Dios abundan las instrucciones acerca de cómo
debemos tratar a la viuda, al huérfano y al pobre doliente y meneste-
roso. Si todos acatasen estas instrucciones, el corazón de la viuda
cantaría de gozo; los pequeñuelos hambrientos serían alimentados;
se vestiría a los indigentes; y revivirían los que están a punto de
perecer. Los seres celestiales nos observan y cuando, impulsados
por nuestro celo en favor del honor de Cristo, nos coloquemos en el
camino de la providencia de Dios, estos mensajeros celestiales nos
impartirán nuevo poder espiritual, para que podamos combatir las
dificultades y triunfar sobre todos los obstáculos.
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¡Qué bendición recompensará a los que trabajen! Para muchos
que son ahora indolentes, egoístas y reconcentrados en sí mismos, es-
to sería como resucitar. Reviviría entre nosotros la caridad celestial,
la sabiduría y el celo.
Se ha preguntado si la esposa de un ministro debe adoptar niños
pequeños. Respondo: Si ella no tiene inclinación ni idoneidad para
dedicarse a la obra misionera fuera de su casa, y siente que es su
deber recibir niños huérfanos y cuidarlos, puede hacer una buena
obra. Pero elija los niños primero de entre los huérfanos hijos de
observadores del sábado. Dios bendecirá a hombres y mujeres que,
con corazón voluntario, compartan su hogar con estos niños desam-
parados. Pero si la esposa del ministro puede desempeñar ella misma
un papel en la obra de educar a otros, debe consagrar sus facultades
a Dios como obrera cristiana. Debe auxiliar verdaderamente a su
esposo, ayudándole en su trabajo, perfeccionando su intelecto y con-
tribuyendo a dar el mensaje. Está abierto el camino para que mujeres
humildes y consagradas, dignificadas por la gracia de Cristo, visiten
a los que necesitan ayuda e impartan luz a las almas desalentadas.
Pueden elevar a los postrados, orar con ellos y conducirlos a Cristo.
Las personas tales no deben dedicar su tiempo y fuerza a un im-