Página 479 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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El cuidado de los huérfanos
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potente niño que requiere constante cuidado y atención. No deben
atarse así voluntariamente las manos.
Cuando se haya hecho todo lo posible para atender a los huérfa-
nos en nuestros propios hogares, quedarán todavía muchos meneste-
rosos en el mundo que deberán ser atendidos. Pueden ser andrajosos,
toscos y en ningún sentido atrayentes; pero fueron comprados con
precio, y son tan estimables a la vista de Dios como nuestros propios
pequeñuelos. Son propiedad de Dios, y por ellos son responsables
los cristianos. Sus almas—dice Dios,—“demandaré de tu mano.”
Cuidar de estos menesterosos es buena obra; pero en esta época
del mundo, el Señor no ordena a nuestro pueblo que establezca
grandes y costosas instituciones con este fin. Sin embargo, si hay
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entre nosotros quienes se sientan llamados por Dios a establecer
instituciones dedicadas a cuidar de los niños huérfanos, cumplan lo
que consideran su deber. Pero al cuidar de los pobres del mundo,
deben solicitar la ayuda del mundo. No deben recurrir al pueblo
al cual el Señor confió la obra más importante que haya sido dada
a los hombres, que consiste en proclamar el último mensaje de
misericordia a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos. La
tesorería del Señor debe tener un superávit para sostener la obra del
Evangelio en “las regiones lejanas.”
Dispongan de solicitantes sabios los que sienten la preocupación
de establecer estas instituciones, para presentar sus necesidades y
recoger fondos. Despierten a la gente del mundo, recurran a las igle-
sias de otras denominaciones los hombres que sienten la necesidad
de que se haga algo en favor de los pobres y huérfanos. En toda
iglesia hay quienes temen a Dios. Diríjanse a ellos, porque Dios les
ha dado esta obra.
Las instituciones que han sido establecidas por nuestro pue-
blo para cuidar de los huérfanos, los enfermos y ancianos de entre
nosotros, deben ser sostenidas. No se las debe dejar languidecer,
ni permitir que sean un oprobio para la causa de Dios. La ayuda
prestada para sostener a estas instituciones debe ser considerada,
no solamente como un deber, sino como un precioso privilegio. En
vez de hacernos regalos inútiles unos a otros, concedamos nuestros
dones a los pobres e indefensos. Cuando el Señor vea que estamos
haciendo lo mejor que podemos para aliviar a estos necesitados,
inducirá a otros a cooperar en esta buena obra.