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Joyas de los Testimonios 2
el designio de Dios. Nos espera una obra grande e importante. El
enemigo de las almas lo comprende y está empleando todo medio de
que dispone para inducir al colportor a emprender algún otro ramo
de trabajo. Debe cambiarse este orden de cosas.
Dios invita a los colportores a que vuelvan a su trabajo. Pide vo-
luntarios que dediquen todas sus energías y entendimiento a la obra
y ayuden dondequiera que haya oportunidad. El Maestro invita a
cada uno a hacer según su capacidad la parte que le ha sido confiada.
¿Quiénes responderán al llamamiento? ¿Quiénes saldrán, henchidos
de sabiduría, gracia y amor a Cristo, a trabajar en favor de los que
están cerca y lejos? ¿Quiénes sacrificarán la comodidad y el placer,
y penetrarán en los lugares donde reina el error, la superstición y las
tinieblas, para obrar con fervor y perseverancia, presentar la verdad
con sencillez, orar con fe y trabajar de casa en casa? ¿Quiénes sal-
drán en este tiempo fuera del campamento, dotados del poder del
Espíritu Santo, para soportar oprobio por amor a Cristo, explicar las
Escrituras a la gente y llamarla al arrepentimiento?
Dios tiene obreros en toda época. Satisface la demanda de la hora
con la llegada del hombre apropiado. Cuando clame la voz divina:
“¿A quién enviaré, y quién nos irá?” llegará la respuesta: “Heme
aquí, envíame a mí.”
Isaías 6:8
. Todos los que trabajan eficazmente
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en el colportaje deben sentir en su corazón que están haciendo la
obra de Dios al ministrar a las almas que no conocen la verdad
para este tiempo. Están proclamando la nota de advertencia en los
caminos y los vallados, a fin de preparar un pueblo para el gran día
del Señor, que pronto ha de sobrecoger al mundo.
No tenemos tiempo que perder. Debemos alentar esta obra.
¿Quiénes saldrán ahora con nuestras publicaciones? El Señor impar-
te idoneidad para la obra a todo hombre y mujer que quiera cooperar
con el poder divino. Obtendrán todo el talento, el valor, la perseve-
rancia, la fe y el tacto que requieren, cuando se pongan la armadura.
Debe hacerse una gran obra en nuestro mundo, y los agentes hu-
manos responderán ciertamente a la demanda. El mundo debe oír
la amonestación. Cuando llegue la invitación: “¿A quién enviaré,
y quién nos irá?” contestad en forma clara y distinta: “Heme aquí,
envíame a mí.”