Página 521 - Joyas de los Testimonios 2 (2004)

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La Escuela Sabática
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finito y sujeto a errar. Habéis de crecer “en la gracia” y ¿dónde se
halla la gracia? Únicamente en Cristo, el Modelo divino.
Mire cada uno a Cristo y copie el Modelo divino. Ejercite cada
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obrero sus facultades hasta lo sumo para trabajar en armonía con
el plan de Dios. Aprenda en la escuela de Cristo, a fin de ser sabio
para instruir a otros. Aquellos que han sido confiados al cuidado del
maestro de la escuela sabática necesitan la sabiduría y la experiencia
que Dios puede dar al que sigue a Cristo. Aprenda el maestro de
la mansedumbre y humildad de corazón de Cristo, a fin de ser un
verdadero maestro y de ganar a sus alumnos para Cristo de modo
que ellos a su vez puedan ser fieles misioneros en el gran campo de
la mies
Faltan entre nosotros las personas capaces y educadas, y no tene-
mos hombres suficientemente preparados para manejar debidamente
nuestras escuelas sabáticas e iglesias. Muchos de los que conocen la
verdad no la comprenden todavía como para presentarla en forma
adecuada. No están preparados para presentarla como para que su
carácter sagrado y majestuoso resulte claro para la gente. En vez de
menos disciplina, necesitan más adiestramiento cabal. Es imposible
para cualquiera prever a qué será llamado. Puede ser puesto en si-
tuaciones donde necesitará presto discernimiento y argumentos bien
equilibrados, y por lo tanto, Cristo se verá honrado si se multiplican
entre nosotros los obreros bien educados; estarán mejor capacitados
para comunicar la verdad en forma clara e inteligente, y la verdad
debe ser presentada de una manera que la deje tan libre de defectos
como sea posible
Instrumentos de Dios
Siento profundo interés por nuestras escuelas sabáticas en todo
el país, porque creo que son instrumentos de Dios para la educación
de nuestros jóvenes en las verdades de la Biblia. Los padres y
los maestros deben hacer esfuerzos constantes para interesar a los
jóvenes en asuntos de importancia eterna. La escuela sabática es
Ibid. 105, 106
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Ibid. 156
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