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Joyas de los Testimonios 2
Los que viajan de lugar en lugar como evangelistas o misioneros
en cualquier ramo, deben recibir hospitalidad de los miembros de las
iglesias con quienes trabajen. Hermanos y hermanas, dad albergue
a estos obreros, aun cuando sea a costa de considerable sacrificio
personal.
Cristo lleva cuenta de todo gasto en que se incurre al dar hospi-
talidad por causa suya. El provee todo lo que es necesario para esta
obra. Los que por amor a Cristo alojan y alimentan a sus hermanos,
haciendo lo mejor que puedan para que la visita sea provechosa para
los huéspedes como para sí mismos, son anotados en el cielo como
dignos de bendiciones especiales.
La lección de hospitalidad de Cristo
Cristo dió en su propia vida una lección de hospitalidad. Cuando
estaba rodeado por la muchedumbre hambrienta al lado del mar,
no la mandó sin refección a sus hogares. Dijo a sus discípulos:
“Dadles vosotros de comer.”
Mateo 14:16
. Y por un acto de poder
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creador proporcionó bastante alimento para suplir sus necesidades.
Sin embargo, ¡cuán sencillo fué el alimento provisto! No había lujo.
El que tenía todos los recursos del cielo a su disposición podría
haber presentado a la gente una comida suculenta. Pero proveyó
solamente lo que bastaba para su necesidad, lo que era el alimento
diario de los pescadores a orillas del mar.
Si los hombres fueran hoy sencillos en sus costumbres y vivieran
en armonía con las leyes de la naturaleza, habría abundante provisión
para todas las necesidades de la familia humana. Habría menos
necesidades imaginarias y más oportunidad de trabajar de acuerdo
con los métodos de Dios.
Cristo no trató de atraer a los hombres a sí por la satisfacción
del amor al lujo. El menú sencillo que proveyó era una garantía no
sólo de su poder sino de su amor, de su tierno cuidado por ellos
en las necesidades de la vida. Y mientras los alimentó con panes
de cebada, también les dió a comer el pan de vida. El es nuestro
ejemplo. Nuestro menú puede ser sencillo, y hasta escaso. Nuestra
suerte puede estar ligada con la pobreza. Nuestros recursos pueden
no ser mayores que los de los discípulos que tenían cinco panes y dos
pececillos. Sin embargo, al ponernos en relación con los necesitados,