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La individualidad
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No hemos de ser la sombra de otro
¡Oh, cuánto necesitan los obreros el espíritu de Jesús para que
los transforme y los modele como le dan forma a la arcilla las
manos del alfarero! Cuando tengan este espíritu, no habrá diferencias
entre ellos; nadie será tan obtuso como para pretender que todo se
haga a su manera, de acuerdo con sus ideas; no habrá sentimientos
inarmónicos entre él y los obreros, sus hermanos, que no logran
alcanzar su norma. El Señor no quiere que ninguno de sus hijos
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sea una sombra de los demás; si no que cada cual sea su propio yo,
refinado, santificado y ennoblecido al imitar la vida y el carácter del
gran Modelo. El espíritu estrecho, cerrado, exclusivo, que mantiene
todo dentro del ámbito de su propio yo, ha sido una maldición
para la causa de Dios, y siempre lo será dondequiera se le permita
manifestarse.—
The Review and Herald, 13 de abril de 1886
.
Nadie debe sumergir su mente en la de otro
Dios le permite a cada ser humano que manifieste su individua-
lidad. No quiere que nadie sumerja su mente en la de otro mortal.
Los que quieren ser transformados en mente y carácter, no deben
mirar a los hombres, sino al Ejemplo divino. Dios envía esta invi-
tación: “Haya, pues, en vosotros este sentir [mentalidad] que hubo
también en Cristo Jesús”.
Filipenses 2:5
. Mediante la conversión
y la transformación la humanidad recibe la mentalidad de Cristo.
Cada cual debe comparecer delante de Dios con una fe individual,
con una experiencia personal, sabiendo por sí mismo que Cristo, la
esperanza de gloria, se ha formado en su interior. Si nosotros imitá-
ramos el ejemplo de cualquier hombre, incluso de alguien a quien
consideráramos casi perfecto en carácter, sería como si pusiéramos
nuestra confianza en un ser humano defectuoso, incapaz de impartir
una jota o un tilde de perfección.—
The Signs of the Times, 3 de
septiembre de 1902
.
Véase el capítulo 29, “Dependencia e independencia”.