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Mente, Carácter y Personalidad 2
Hay que comprender a la humanidad
El que trata de transformar a la humanidad, debe comprender
a la humanidad. Solo por la solidaridad, la fe y el amor, pueden
ser alcanzados y elevados los seres humanos. En esto, Cristo se
revela como el Maestro de los maestros: De todos los que alguna
vez vivieran en la tierra, él solo posee una perfecta comprensión del
alma humana.—
La Educación, 78 (1903)
.
Hay una ciencia en el trato con los que parecen especialmen-
te débiles. Si vamos a enseñar a los demás, primero tenemos que
aprender de Cristo nosotros mismos. Necesitamos tener una visión
amplia para poder hacer verdadera obra médico-misionera y tener
tacto en nuestro trato con las mentes.
Los que en realidad necesitan menos ayuda, son los que posible-
mente reciban más de nuestra atención. Pero necesitamos manifestar
una sabiduría especial al tratar con los que parecen desconsiderados
e indiferentes. Algunos no entienden el carácter sagrado de la obra
de Dios. Los menos hábiles, los descuidados e incluso los indolentes
requieren, en especial, de cuidadosa consideración con oración. De-
bemos ejercer tacto con los que parecen ignorantes y desubicados.
Mediante un esfuerzo perseverante en su favor, podemos ayudarlos a
convertirse en instrumentos útiles en la causa de Dios. Reaccionarán
rápidamente a un interés paciente, tierno y amante.
Tenemos que cooperar con el Señor Jesús en la restauración del
ineficiente y equivocado para conducirlo a la inteligencia y la pureza.
Esta obra equivale en importancia a la del ministerio evangélico.
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Hemos sido llamados por Dios para manifestar un interés incansable
y paciente en la salvación de los que necesitan pulimiento divino.—
Carta 20, 1892
;
Medical Ministry, 209
.
No discutamos acerca de agravios
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados
hijos de Dios”.
Mateo 5:9
. ¿Quién los llama así? Todas las inteligen-
cias celestiales. Por lo tanto, no animemos a ninguna alma tentada
a que nos cuente sus agravios respecto de un hermano o un amigo.
Digámosle que no queremos oír sus palabras de censura ni su ma-
ledicencia, porque nuestro Consejero ha dicho en su Palabra que si