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Las relaciones humanas
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dad cubre muchos rasgos objetables de carácter. La persona que se
aferre insistentemente a la verdad, ganará la confianza de todos. No
solo confiarán en él sus hermanos en la fe; los incrédulos también se
verán obligados a reconocer que es un hombre de honor.—
Carta 3,
1878
.
El inmenso valor de la integridad sin dobleces
Los siervos de Dios están más o menos obligados a participar
de las transacciones comerciales del mundo, pero deben comprar y
vender sabiendo que el ojo de Dios está sobre ellos. No se deben
usar ni balanzas falsas ni pesas engañosas, porque son abominación
para el Señor. En cada transacción comercial el cristiano debe ser
exactamente lo que él quiere que sus hermanos crean que es. Su
conducta tiene la dirección que le imprimen los principios funda-
mentales. No traza planes engañosos; por lo tanto, no tiene nada que
ocultar, nada que disimular.
Se lo podrá criticar, se lo podrá someter a prueba, pero su in-
tegridad inquebrantable resplandecerá como el oro puro. Es una
bendición para todos los que se relacionan con él, porque su palabra
es digna de confianza. Es un hombre que no se aprovecha de su
prójimo. Es amigo y benefactor de todos, y sus semejantes confían
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en su consejo. ¿Emplea trabajadores para que le atiendan la cose-
cha? No les retiene fraudulentamente el dinero que ganaron con
tanto esfuerzo. ¿Tiene dinero que no necesita usar de inmediato?
Alivia las necesidades de su hermano menos afortunado. No trata
de agrandar su propiedad o llenarse los bolsillos aprovechándose
de las lamentables circunstancias en que se encuentra su vecino. Su
propósito consiste en ayudar y bendecir a sus prójimos.
Una persona verdaderamente honesta nunca se aprovechará de
la debilidad o de la incompetencia para llenar su propia bolsa. Acep-
ta el justo equivalente de lo que expende. Si hay defectos en los
artículos que vende, lo dice francamente a su hermano o vecino,
aunque al hacerlo esté obrando en contra de sus propios intereses
pecuniarios.—
Carta 3, 1878
.