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Mente, Carácter y Personalidad 2
este caso había sido ampliamente recompensada por mis esfuerzos.—
Manuscrito 41, 1908
.
Entregándose en manos de Satanás
No acudan a otros con sus pruebas y tentaciones; solo Dios puede
ayudarlos. Si ustedes cumplen las condiciones de las promesas de
Dios, estas se van a cumplir en ustedes. Si sus mentes están fijas en
Dios, no descenderán en un estado de éxtasis al valle del desánimo
cuando les sobrevengan pruebas y tentaciones. No hablarán con
los demás ni de dudas ni de tinieblas. No dirán: “Yo no sé nada ni
de esto ni de aquello. No me siento feliz. No estoy seguro de que
tengamos la verdad”. No dirán eso, porque tienen un ancla para el
alma, que es a la vez segura y firme.
[140]
Cuando hablamos de desánimo y de pesar, Satanás escucha con
un regocijo infernal; porque le agrada saber que los ha sometido a
esclavitud. Satanás no puede leer nuestros pensamientos, pero puede
ver nuestras acciones y oír nuestras palabras; y gracias a su amplio
conocimiento de la familia humana puede adecuar sus tentaciones
para sacar provecho de los puntos débiles de nuestro carácter. Y cuán
a menudo le revelamos el secreto de cómo puede lograr la victoria
sobre nosotros. ¡Oh, si pudiéramos controlar nuestras palabras y
acciones! Cuán fuertes llegaríamos a ser si nuestras palabras fueran
de tal naturaleza que no tuviéramos que avergonzarnos al enfrentar
su registro en el día del juicio. Qué diferentes parecerán en el día
de Dios de lo que parecían cuando las pronunciamos.—
The Review
and Herald, 27 de febrero de 1913
.
Jesús comprende los sentimientos de desesperación
La fe y la esperanza temblaron en medio de la agonía mortal de
Cristo, porque Dios ya no le aseguró su aprobación y aceptación,
como hasta entonces. El Redentor del mundo había confiado en
las evidencias que lo habían fortalecido hasta allí, de que su Padre
aceptaba sus labores y se complacía en su obra. En su agonía mortal,
mientras entregaba su preciosa vida, tuvo que confiar por la fe sola-
mente en Aquel a quien había obedecido con gozo. No lo alentaron
claros y brillantes rayos de esperanza que iluminaban a diestra y