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Mente, Carácter y Personalidad 2
Claridad de expresión y énfasis apropiados
Por oración ferviente y esfuerzo diligente, debemos alcanzar
idoneidad para hablar. Esta idoneidad incluye el pronunciar cada
sílaba claramente, poniendo la fuerza y el énfasis donde pertene-
cen. Hablen lentamente. Muchos hablan velozmente, apresurándose
de una palabra a otra, con tal rapidez que se pierde el efecto de
lo que se dice. Pongan el espíritu y la vida de Cristo en lo que
hablen.—
Consejos para los Maestros Padres y Alumnos acerca de
la Educación Cristiana, 241 (1913)
.
Modulemos las palabras y digamos cada oración a su tiempo
En los días de mi juventud acostumbraba hablar en tono demasia-
do alto. El Señor me mostró que yo no podía realizar una impresión
correcta sobre la gente elevando la voz a un tono antinatural. Luego
me fue presentado Cristo y su manera de hablar; y en su voz había
una dulce melodía. Su voz, expresada con lentitud y calma, llegaba a
sus oyentes, y sus palabras penetraban en sus corazones, y ellos eran
capaces de aprehender lo que él había dicho antes que pronunciara
la frase siguiente. Al parecer algunos piensan que deben correr todo
el tiempo, porque si no lo hacen perderán la inspiración y la gente
también perderá la inspiración. Si eso es inspiración, que la pierdan,
y cuanto antes mejor.—
El Evangelismo, 486 (1890)
.
La facultad del habla debe estar bajo el dominio de la razón
Su influencia debe ser poderosa y sus facultades de comunicación
han de estar bajo el control de la razón. Cuando fuerzan los órganos
del habla se pierden las modulaciones de la voz. Hay que vencer
decididamente la tendencia a hablar con rapidez. Dios requiere de
los seres humanos todo el servicio que estos puedan dar. Todos los
talentos confiados a los hombres deben ser fomentados, apreciados y
utilizados como dones preciosos del cielo. Los obreros que trabajan
en el campo de la cosecha son instrumentos destinados por Dios,
canales mediante los cuales él puede comunicar luz del cielo. El
uso descuidado y negligente de cualquiera de las facultades dadas
por Dios disminuye su eficacia de modo que en una emergencia,
cuando podría hacerse el mayor bien, están tan débiles, enfermas