Página 105 - Mente, C

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El temor
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paciente, una señal de temor, de agitación o de impaciencia, y hasta
una falta de simpatía, pueden decidir entre la vida y la muerte y hacer
descender a la tumba a un paciente que, de haberse procedido de
otro modo, hubiera podido reponerse.—
El Ministerio de Curación,
167 (1905)
.
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El temor contrista al Espíritu Santo
—La fe acepta lo que
Dios dice al pie de la letra, sin pedir comprender el significado
de los incidentes penosos que ocurran. Pero son muchos los que
tienen poca fe. Siempre están temiendo y cargándose de dificultades.
Cada día están rodeados por las pruebas del amor de Dios, cada
día gozan de los beneficios de su providencia; pero pasan por alto
estas bendiciones. Y las dificultades que encuentran, en vez de
hacerlos allegarse a Dios, los separan de él, porque crean agitación
y rebelión... Jesús es su amigo. Todo el cielo está interesado en su
bienestar, y su temor y murmuraciones agravian al Espíritu Santo. No
es porque veamos o sintamos que Dios nos oye por lo que debemos
creer. Debemos confiar en sus promesas. Cuando acudimos a él
con fe, debemos creer que toda petición penetra hasta el corazón de
Cristo. Cuando hemos pedido su bendición, debemos creer que la
recibiremos, y agradecerle que la tenemos. Luego hemos de atender a
nuestros deberes, confiando en que la bendición será enviada cuando
más la necesitemos. Cuando aprendamos a hacer esto, sabremos que
nuestras oraciones reciben contestación. Dios obrará por nosotros
“mucho más abundantemente de lo que pedimos,” “conforme a las
riquezas de su gloria,” y “por la operación de la potencia de su
fortaleza”.—
Obreros Evangélicos, 275, 276 (1915)
.
La liberación de la culpa produce liberación del temor
Tanto Aarón como el pueblo se apartaron de Moisés, “y tuvieron
miedo de llegarse a él”. Viendo su terror y confusión, pero ignorando
la causa, los instó a que se acercaran. Les traía la promesa de la
reconciliación con Dios, y la seguridad de haber sido restituidos a
su favor. En su voz no percibieron otra cosa que amor y súplica, y
por fin uno de ellos se aventuró a acercarse a él. Demasiado teme-
roso para hablar, señaló en silencio el semblante de Moisés y luego
hacia el cielo. El gran jefe comprendió. Conscientes de su culpa,
sintiéndose todavía objeto del desagrado divino, no podían soportar
la luz celestial, que, si hubieran obedecido a Dios, los habría llenado
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de gozo. En la culpabilidad hay temor. En cambio, el alma libre