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Mente, Cáracter y Personalidad 2
La santa ira de Cristo
—La indignación de Cristo iba dirigida
contra la hipocresía, los groseros pecados por los cuales los hombres
destruían su alma, engañaban a la gente y deshonraban a Dios. En el
raciocinio especioso y seductor de los sacerdotes y gobernantes, él
discernió la obra de los agentes satánicos. Aguda y escudriñadora
había sido su denuncia del pecado; pero no habló palabras de repre-
salia. Sentía una santa ira contra el príncipe de las tinieblas; pero no
manifestó irritación. Así también el cristiano que vive en armonía
con Dios, y posee los suaves atributos del amor y la misericordia,
sentirá una justa indignación contra el pecado; pero la pasión no lo
incitará a vilipendiar a los que lo vilipendien. Aun al hacer frente a
aquellos que, movidos por un poder infernal, sostienen la mentira,
conservará en Cristo la serenidad y el dominio propio.—
El Deseado
de Todas las Gentes, 572 (1898)
.
Hay quienes alimentan la ira
—Muchos miran las cosas desde
un lado oscuro; magnifican supuestos agravios, alimentan su ira, y se
llenan de sentimientos de venganza y odio, cuando en verdad no hay
una causa real para esos sentimientos... Resistan esos sentimientos, y
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experimentarán un gran cambio en su relación con sus semejantes.—
The Youth’s Instructor, 10 de noviembre de 1886
.
La impaciencia produce una cosecha funesta
—¡Cuánto daño
producen en el círculo familiar las palabras impacientes, pues una
expresión de impaciencia de parte de uno de los miembros induce a
otro a contestar de la misma manera y con el mismo espíritu! Luego
vienen las palabras de represalia, y las de justificación propia, con las
que se fragua un yugo pesado y amargo para vuestra cerviz; porque
todas esas palabras acerbas volverán a vuestra alma en funesta
cosecha.—
El hogar adventista, 398, 399 (1894)
.
Palabras duras hieren el corazón mediante el oído, despiertan
las peores pasiones del alma y tientan a hombres y mujeres a vio-
lar los Mandamientos de Dios... Las palabras son como semillas
implantadas.—
El hogar adventista, 399 (1894)
.
Entre los miembros de muchas familias se sigue el hábito de
hablar con descuido, o para atormentar a otros, y la costumbre de
decir palabras duras se fortalece a medida que se cede a ella. Así
se dicen muchas cosas objetables que concuerdan con el espíritu
de Satanás y no con el de Dios... Las quemantes palabras de ira no
debieran ser pronunciadas, porque delante de Dios y de los santos