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La ira
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Un temperamento bien controlado ejerce una buena influencia sobre
todo lo que lo rodea; pero “el que no gobierna su propio espíritu
es como una ciudad derribada y sin muros”.—
Testimonies for the
Church 4:367, 368 (1879)
.
Es más fácil reprender delante de una multitud
—Expresar
sentimientos de reprensión en una gran reunión, dirigiéndose a to-
dos, es mucho peor que ir a las personas que han hecho mal, y
reprenderlas personalmente. El carácter ofensivo de este discurso
severo, intolerante y denunciador en una gran reunión, es más grave
a la vista de Dios que dirigir una reprensión personal e individual,
peor aún cuando mayor es el número de oyentes y más general la
censura. Es siempre más fácil dar expresión a los sentimientos ante
una congregación, porque hay muchos presentes, que ir a los que ye-
rran, y cara a cara con ellos presentarles abierta, franca y llanamente
su mala conducta.
Pero introducir en la casa de Dios sentimientos duros contra los
individuos, haciendo sufrir a todos los inocentes como culpables, es
una manera de trabajar que Dios no aprueba y que hace más daño
que bien.—
Joyas de los Testimonios 2:118 (1880)
.
Demasiado a menudo ha ocurrido que se han pronunciado de-
lante de la congregación discursos cargados de crítica y denuncia.
No fomentan un espíritu de amor en la hermandad. No tienden a
convertirlos en espirituales, ni a llevarlos a la santidad y al cielo,
sino que despierta en sus corazones un espíritu de amargura. Esos
sermones tan enfáticos, que hacen pedazos a los hombres, a veces
son positivamente necesarios para despertar, alarmar y convencer.
Pero a menos que sea evidente que hayan sido dictados por el Es-
píritu Santo, hacen mucho más mal que bien.—
Testimonies for the
Church 3:507, 508 (1880)
.
La razón es destronada por la ira (consejo a un hermano
que se airaba fácilmente)
—Yo espero que Ud. haga memoria cui-
dadosamente, y recuerde la primera tentación que tuvo de apartarse
de las reglas del colegio. Analice con actitud crítica el carácter del
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gobierno de nuestra escuela. Las reglas que se aplicaron no eran
demasiado estrictas. Pero se albergó la ira; por un momento se des-
tronó a la razón, y el corazón cayó presa de una pasión ingobernable.
Antes que se diera cuenta, Ud. había dado un paso que unas pocas
horas antes no habría tomado bajo ninguna presión ni tentación. El