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Mente, Cáracter y Personalidad 2
Miremos a Dios, no a los hombres
—Podemos ocuparnos en
algo mejor que en dominar la humanidad por la humanidad. El
médico debe educar a la gente para que desvíe sus miradas de lo
humano y las dirija hacia lo divino. En vez de enseñar a los enfermos
a depender de seres humanos para la curación de alma y cuerpo, debe
encaminarlos hacia Aquel que puede salvar eternamente a cuantos
acuden a él. El que creó la mente del hombre sabe lo que esta mente
necesita. Dios es el único que puede sanar. Aquellos cuyas mentes y
cuerpos están enfermos han de ver en Cristo al restaurador. “Porque
yo vivo—dice—, vosotros también viviréis”.
Juan 14:19
.
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Esta es la vida que debemos ofrecer a los enfermos, diciéndoles
que si creen en Cristo como el restaurador, si cooperan con él, obe-
deciendo las leyes de la salud y procurando perfeccionar la santidad
en el temor de él, les impartirá su vida. Al presentarles así a Cris-
to, les comunicamos un poder, una fuerza valiosa procedente de lo
alto. Esta es la verdadera ciencia de curar el cuerpo y el alma.—
El
Ministerio de Curación, 187 (1905)
.
Fuerza y determinación en contraposición con una mente
dominada
—La disciplina de un ser humano que ha llegado a la edad
del desarrollo de la inteligencia debería ser distinta de la que se aplica
para domar a un animal. A éste sólo se le enseña sumisión a su amo.
Para él el amo es mente, criterio y voluntad. Este método, empleado
a veces en la educación de los niños, hace de ellos sólo autómatas.
La mente, la voluntad y la conciencia están bajo el dominio de otro.
No es el propósito de Dios que se sojuzgue así ninguna mente.
Los que debilitan o destruyen la individualidad de otras personas,
emprenden una tarea que sólo puede dar malos resultados. Mientras
están sujetos a la autoridad, los niños pueden parecer soldados bien
disciplinados. Pero cuando cesa ese dominio exterior, se descubre
que el carácter carece de fuerza y firmeza. No habiendo aprendido
jamás a gobernarse, el joven no reconoce otra sujeción fuera de la
impuesta por sus padres o su maestro. Desaparecida ésta, no sabe
cómo usar su libertad, y a menudo se entrega a excesos que dan
como resultado la ruina.—
La Educación, 288 (1903)
.
La conciencia y la individualidad no deben ser manipula-
das
—En asuntos de conciencia, el alma debe ser dejada libre. Nin-
guno debe dominar otra mente, juzgar por otro, o prescribirle su
deber. Dios da a cada alma libertad para pensar y seguir sus propias