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Mente, Cáracter y Personalidad 2
fuerza para obrar mejor. Ponga delante de él las posibilidades que el
Cielo le da. Señálele las alturas que puede alcanzar. Ayúdele a afe-
rrarse de la misericordia del Señor, a confiar en su poder perdonador.
Jesús está esperando para tomarlo de la mano, para darle poder a fin
de vivir una vida noble y virtuosa.—
Manuscrito 2, 1903
.
Satanás infunde sentimiento de culpa
—El pueblo de Dios es-
tá representado aquí [Zacarías capítulo 3] por un criminal en el
juicio. Josué, como sumo sacerdote, está pidiendo una bendición
para su pueblo, que está en gran aflicción. Mientras está intercedien-
do delante de Dios, Satanás está a su diestra como adversario suyo.
Acusa a los hijos de Dios, y hace aparecer su caso tan desesperado
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como sea posible. Presenta delante del Señor sus malas acciones y
defectos. Muestra sus faltas y fracasos, esperando que aparezcan de
tal carácter a los ojos de Cristo que él no les preste ayuda en su gran
necesidad. Josué, como representante del pueblo de Dios, está bajo
la condenación, vestido de ropas inmundas. Consciente de los peca-
dos de su pueblo, se siente abatido por el desaliento. Satanás oprime
su alma con una sensación de culpabilidad que lo hace sentirse casi
sin esperanza. Sin embargo, ahí está como suplicante, frente a la
oposición de Satanás.—
Palabras de Vida del Gran Maestro, 131;
115 (1900)
.
No reclamó las promesas de Dios
—Desde entonces he pensado
que muchos de los pacientes internados en los asilos de enfermos
mentales, fueron llevados allí por experiencias similares a la mía.
Sus conciencias estaban heridas por la sensación de pecado, y su fe
temblorosa no se atrevía a reclamar las promesas del perdón de Dios.
Escuchaban las descripciones del infierno enseñado por la ortodoxia,
hasta que les parecía que la misma sangre se les coagulaba en las
venas, y grababa a fuego una impresión en las tablas de su memoria.
Despiertos o dormidos, el terrible cuadro estaba siempre delante de
ellos, hasta que la realidad se perdió en la imaginación, y sólo podían
ver las llamas ondulantes de un infierno fabuloso, y podían oír sólo
los agudos gritos de los condenados. La razón fue destronada, y el
cerebro se llenó de la salvaje fantasía de un sueño terrible. Los que
enseñan la doctrina del infierno eterno harían bien en investigar más
detenidamente cuál es la autoridad que refrenda una creencia tan
cruel.—
Testimonies for the Church 1:25, 26 (1855)
.