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Mente, Cáracter y Personalidad 2
del alma. La paz que él sólo puede dar, impartiría vigor a la mente y
salud al cuerpo.—
El Deseado de Todas las Gentes, 235, 236 (1898)
.
La ignorancia no elimina la culpa
—Si hubiesen sabido que
estaban torturando a Aquel que había venido para salvar a la raza pe-
caminosa de la ruina eterna, el remordimiento y el horror se habrían
apoderado de ellos. Pero su ignorancia no suprimió su culpabilidad,
porque habían tenido el privilegio de conocer y aceptar a Jesús como
su Salvador.—
El Deseado de Todas las Gentes, 694 (1898)
.
La gravedad de la culpa no disminuye al excusar el peca-
do
—No deberíamos tratar de disminuir la gravedad de la culpa
excusando el pecado. Debemos aceptar la evaluación que Dios ha-
ce del pecado, y ésta es ciertamente muy seria. Sólo el Calvario
puede revelar la enormidad del pecado. Si tuviéramos que soportar
nuestra propia culpa, ésta nos aplastaría. Pero quien no tuvo pecado
tomó nuestro lugar; aunque no lo merecíamos, llevó nuestra iniqui-
dad. “Si confesamos nuestros pecados, él [Dios] es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
1 Juan
1:9
.—
Manuscrito 116, 1896
.
Las almas humilladas reconocen la culpa
—Los que no han
humillado sus almas delante de Dios mediante el reconocimien-
to de su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de
la aceptación. Si no hemos experimentado el arrepentimiento, del
cual no hay que arrepentirse, y no hemos confesado nuestro pecado
con verdadera humillación del alma y con un espíritu quebrantado,
aborreciendo nuestra iniquidad, nunca hemos procurado verdadera-
mente el perdón del pecado; y si no lo hemos buscado nunca, nunca
hemos encontrado tampoco la paz de Dios. La única razón por la
cual posiblemente no hemos recibido la remisión de los pecados
pasados, consiste en que no hemos estado dispuestos a humillar
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nuestros orgullosos corazones y a cumplir las condiciones de la
palabra de verdad.
Se ha dado instrucción definida respecto de este asunto. La
confesión del pecado, ya sea en público o en privado, debe provenir
del corazón y debe ser expresada libremente. No se la debe extraer
del pecador. No se la debe hacer con ligereza y en forma descuidada,
o extraída a la fuerza de gente que no tiene una clara idea del carácter
aborrecible del pecado. La confesión mezclada con lágrimas y dolor,
que brota de lo más profundo del alma, encuentra el camino que