Página 193 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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Normas generales para la remuneración de los obreros
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a costa de la pérdida de la gracia de Dios de su corazón, lo cual tiene
más valor que el oro, la plata y las piedras preciosas (Manuscrito
164, 1899).
El costo de los sueldos elevados
La encarnación de Cristo fue un acto de abnegación; su vida
representó una continua negación de sí mismo. La gloria más elevada
del amor de Dios por el hombre se manifestó en el sacrificio de su
Hijo unigénito, que era la imagen misma de su sustancia. Este es el
gran misterio de la piedad. Es privilegio y deber de cada cristiano
profeso tener la mente de Cristo. No podemos ser discípulos suyos
sin manifestar abnegación y sin llevar la cruz.
Cuando se adoptó la resolución de pagar sueldos más elevados
a los obreros de las oficinas de la Review and Herald, el enemigo
estaba teniendo éxito en su plan de perturbar los propósitos de Dios
y de conducir a las almas por senderos falsos. El espíritu egoísta y
codicioso aceptó los sueldos más elevados. Si los obreros hubiesen
practicado los principios establecidos en las lecciones de Cristo, no
podrían concienzudamente haber recibido tales remuneraciones. ¿Y
cuál fue el efecto de estos sueldos mayores? Aumentaron mucho los
gastos de mantenimiento de la familia. Hubo un alejamiento de las
instrucciones y los ejemplos dados en la vida de Cristo. Se estimuló
el orgullo y se lo satisfizo; y se ha invertido dinero para ostentar y
para gratificar inútilmente los propios deseos. El amor al mundo se
posesionó del corazón y la ambición impía gobernó el templo del
alma. Los sueldos más elevados se convirtieron en una maldición.
No se siguió el ejemplo de Cristo sino el del mundo.
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El amor a Cristo no conducirá a la gratificación de los propios
deseos, ni a gasto innecesario alguno para complacerse ni satisfacer-
se a sí mismo ni para estimular el orgullo en el corazón humano. El
amor a Jesús en el corazón siempre conduce al alma a ser humilde y
a conformarse enteramente a la voluntad de Dios.—
Carta 21, 1894
.
Cuando el pecado ataca el ser interior, asalta la parte más noble
del hombre. Provoca una confusión terrible y realiza estragos en las
facultades y las capacidades concedidas por Dios. En tanto que la
enfermedad física postra el cuerpo, la enfermedad del egoísmo y la
codicia marchita el alma.—
Carta 26, 1897
.