Los obreros de nuestras instituciones
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He aconsejado claramente a mis hermanos para que no exijan
sueldos mayores, porque éste no es el móvil que nos induce a em-
plear nuestras energías en la obra de la salvación de las almas.
No debemos permitir que la remuneración interfiera con nuestra
respuesta al llamado que nos hace el deber, dondequiera que se
necesite nuestro servicio. El Señor puede disponer las cosas de
modo que nuestro trabajo sea bendecido en forma tal que exceda a
toda compensación que podamos o no podamos recibir. Y él hará
que sus siervos tengan palabras de la más grande importancia para
comunicarlas a las almas que perecen.
El pueblo está hambriento y sediento de la ayuda del cielo. He
procurado practicar la abnegación de modo que sé de qué hablo
cuando digo que la bendición del Señor descansará sobre los que
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colocan en primer lugar el llamamiento del deber. Me siento com-
placida por este privilegio de testificar delante de Uds., esta mañana,
que el Señor en repetidas ocasiones ha dispuesto las cosas de tal
modo que nos ha proporcionado más de lo que nos hubiésemos
atrevido a pedir.
El Señor probará a sus siervos; y si éstos resultan fieles a él, y
si colocan sus casos en sus manos, los ayudará en todo tiempo de
necesidad.
No trabajamos juntamente con Dios por la remuneración que
podamos recibir mientras estamos a su servicio. Es cierto, hermanos,
que debéis recibir un sueldo con que sostener a vuestras familias;
pero si comenzáis a estipular la cantidad que deberíais recibir, po-
déis resultar una piedra de tropiezo para quien tal vez no tenga la
disposición a ser liberal que tenéis vosotros, y en este caso el resul-
tado será confusión. Otras personas pensarán que no se trata a todos
con justicia. Y no tardaréis en descubrir que la causa de Dios está
en aprietos; y ninguno de vosotros desea ver este resultado. Todos
deseáis ver la causa de Dios puesta en un terreno ventajoso. Me-
diante vuestro ejemplo, tanto como por vuestras palabras, la gente
debe recibir una seguridad fehaciente de que la verdad recibida en el
corazón engendra el espíritu de abnegación. Y al avanzar vosotros
impulsados por este espíritu, habrá muchos más que os seguirán.
El Señor quiere que sus hijos obren con esa abnegación y con
ese espíritu de sacrificio que nos proporcionarán la satisfacción
de haber cumplido bien nuestro deber nada más que por amor al