Consejo a uno que planeaba dejar la obra de Dios...
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sentían que no podía concedérseles un honor mayor que el de estar
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unidos con los intereses de la obra mediante vínculos sagrados que
los relacionaban con Dios. ¿Habrían depuesto ellos la carga para
hacer tratativas con el Señor en términos de dinero? No, no. Aunque
todas las personas serviles hubieran abandonado su puesto del deber,
ellos nunca habrían desertado de la obra. Habrían dicho: “Si el
Señor me colocó aquí, es porque desea que yo sea un mayordomo
fiel y que aprenda de él cada día a llevar a cabo la obra en forma
aceptable. Permaneceré en mi puesto hasta que Dios me descargue
de mi obligación. Sabré lo que significa ser un cristiano práctico y
sincero. Espero recibir pronto mi recompensa”.
Los creyentes que en los comienzos de la causa se sacrificaron
para la edificación de la obra estaban imbuidos por el mismo espíritu.
Creían que Dios exigía de todos los que se relacionaban con su causa
una consagración sin reservas del alma, el cuerpo y el espíritu, de
toda su utilidad y su capacidad, para llevar la obra al éxito. Ellos
recibieron testimonios mediante los que Dios reclamaba para sí
todas sus energías, las que debían colaborar con los instrumentos
divinos, y todas sus habilidades acrecentadas obtenidas mediante el
ejercicio de cada una de sus facultades.
Efectos debilitantes del egoismo y la codicia
Los que son capaces de cortar su vinculación con la obra del
Señor debido a un atractivo mundanal pueden pensar que tienen
cierto grado de interés en la causa de Dios; pero el egoísmo y la
codicia que se esconden en el corazón humano son pasiones muy
poderosas, y por lo tanto el resultado del conflicto no es solamente
una conjetura. A menos que el alma viva cada día de la carne y la
sangre de Cristo, el elemento piadoso será vencido por el satánico.
El egoísmo y la codicia ganarán la victoria. Un espíritu confiado
en sí mismo e independiente nunca entrará en el reino de Dios.
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Solamente los que participen con Cristo en su abnegación y sacrificio
compartirán con él su gloria.
Los que comprenden, aun en un grado reducido, lo que la re-
dención significa para ellos y para sus semejantes, andarán por fe y
entenderán en cierta medida las enormes necesidades de la huma-
nidad. Se compadecen al contemplar la tremenda miseria que reina