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Mensajes Selectos Tomo 2
habitación cuando llegaba alguien. Pero con frecuencia, antes de que
él se diera cuenta de que había llegado alguien, llevaba al visitante
adonde él estaba, y le decía: “Esposo, aquí hay un hermano que ha
venido a realizar una consulta, y como tú puedes contestarla mucho
mejor que yo, lo he traído para que hables con él”. Por supuesto
que en ese caso no podía irse. Debía permanecer en la habitación
y contestar la pregunta. En esa forma y en muchas otras, hice que
ejercitara la mente. Si no hubiera logrado que hiciera trabajar la
mente, en poco tiempo habría fallado por completo.
Mi esposo salía a caminar todos los días. En el invierno sobrevino
una terrible tormenta de nieve, y mi esposo pensó que no podría salir
a caminar en la tormenta y en la nieve. Fui a ver al Hno. Root y le
dije: “Hno. Root, ¿tiene Ud. un par de botas que no use?”
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“Sí”, contestó.
“Le agradecería mucho que me las prestara esta mañana”, le dije.
Me puse las botas, salí afuera y recorrí medio kilómetro pisando la
nieve profunda. A mi regreso, le pedí a mi esposo que saliera para
caminar. Me contestó que no podría hacerlo en semejante tiempo.
“Oh, sí; tú puedes hacerlo—repliqué—. Con seguridad puedes andar
sobre las huellas que yo dejé”. Era un hombre que respetaba mucho
a las mujeres; de modo que cuando vio las huellas que yo había
dejado, pensó que si una mujer podía caminar en la nieve, él también
podría hacerlo. Esa mañana salió a caminar como de costumbre.
En la primavera había que trasplantar árboles y cultivar la huerta.
“Guillermo—dije—, por favor ve a comprar tres azadones y tres
rastrillos. Cuida de comprar tres de cada uno”. Cuando me los trajo
le pedí a él que tomara uno de los azadones y a mi esposo que tomara
el otro. El padre puso objeciones, pero igualmente tomó uno. Yo
tomé el restante y salimos a trabajar; y aunque me saqué ampollas
en las manos, marqué el paso para ellos en el cavado de la tierra. El
padre no pudo hacer mucho, pero de todos modos se ejercitó con
el movimiento del azadón. Mediante métodos como éste procuré
colaborar con Dios en el restablecimiento de la salud de mi esposo.
¡Y cuánto nos bendijo el Señor!
Siempre llevaba a mi esposo conmigo cuando salía en la galera.
Y también lo llevaba conmigo cuandoquiera que iba a predicar a
algún lugar. Tenía un circuito regular de reuniones. Pero no podía
persuadirlo a que me acompañara al púlpito mientras yo predicaba.