Página 319 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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Experiencias personales
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Finalmente, después de muchos, muchos meses le dije: “Ahora,
esposo mío, tú me vas a acompañar al púlpito”. No quería ir, pero no
cedí. Lo llevé al púlpito conmigo. Ese día habló a la gente. Aunque
el salón estaba lleno de personas que no eran creyentes, no pude
dejar de llorar durante media hora. Mi corazón rebosaba de gozo y
gratitud. Sabía que se había ganado la victoria.
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La recompensa del esfuerzo perseverante
Después de 18 meses de cooperación constante con Dios por
restablecer la salud de mi esposo, lo llevé a casa nuevamente. Lo
presenté a sus padres, y les dije: “Padre, madre, aquí está vuestro
hijo”.
“Elena—dijo su madre—, a nadie más fuera de Dios y de ti mis-
ma debes agradecer por esta maravillosa restauración. Tus energías
la han logrado”.
Mi esposo vivió una cantidad de años después de su restaura-
ción, y durante ese tiempo llevó a cabo la mejor obra de su vida.
¿No constituyen esos años adicionales de utilidad una recompensa
incalculable por los 18 meses pasados en cuidados afanosos?
Les he hecho esta breve reseña de nuestra vida, a fin de mostrarles
que conozco algo acerca del empleo de los medios naturales para la
restauración de los enfermos. Dios realizará maravillas por cada uno
de nosotros si trabajamos con fe y si obramos creyendo que cuando
colaboramos con él, él está listo a realizar su parte. Quiero hacer todo
lo posible para inducir a mis hermanos a tener una conducta sensata,
a fin de que sus esfuerzos tengan mucho éxito. Muchas personas
que han descendido a la tumba, hoy podrían estar vivas si hubiesen
colaborado con Dios. Seamos hombres y mujeres razonables en lo
que concierne a estos asuntos (Manuscrito 50, 1902).
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