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Mensajes Selectos Tomo 2
camino hacia el cielo. Nos señala al Salvador que perdona el pecado,
y nos dice: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo”.
Juan 1:29
.
¡Cómo quisiera que investigaseis las Escrituras con una actitud
de oración en vuestros corazones, y con un espíritu de entrega a
Dios! ¡Ojalá escudriñaseis vuestros corazones como si contaseis con
la ayuda de una vela encendida, para descubrir y romper hasta los
hilos más finos que os unen a los hábitos mundanales que apartan
de Dios la mente! Rogad a Dios que os muestre cada práctica que
aleje de él vuestros pensamientos y afectos. Dios ha dado su ley al
ser humano para que constituya la medida del carácter. Mediante
esta ley podéis descubrir y vencer cada defecto de vuestro carácter.
Podéis separaros de cada ídolo, y uniros al trono de Dios mediante
la cadena de oro de la gracia y la verdad.—
The Review and Herald,
14 de mayo de 1901
.
Una advertencia concerniente a las posiciones extremas
Había algunas personas que poseían capacidad para ayudar a
la iglesia, pero que necesitaban primeramente poner orden en sus
propios corazones. Algunos habían estado introduciendo pruebas
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falsas, y habían convertido sus propias ideas y nociones en un crite-
rio, habían exagerado asuntos de escasa importancia convirtiéndolos
en pruebas de discipulado; y con todo esto habían impuesto pesadas
cargas sobre otras personas. De este modo se estableció un espíritu
de crítica, censura y disensión, lo cual infligió un gran daño a la igle-
sia. Y se dio a los no creyentes la impresión de que los adventistas
guardadores del sábado constituían un conjunto de extremistas y
fanáticos, y que su fe peculiar los tornaba poco amables, descorteses
y de un carácter no cristiano. Así fue como la conducta de unos
pocos extremistas impidió que la influencia de la verdad alcanzara a
la gente.
Algunos concedían una importancia exagerada a la cuestión
del vestido, criticaban los trajes que otros llevaban, y condenaban
prontamente a todos los que no se conformaban con exactitud a sus
ideas. Unos pocos condenaban los retratos y sostenían que estaban
prohibidos por el segundo mandamiento, y que debería destruirse
todo lo que fuera de esa clase.