Página 439 - Mensajes Selectos Tomo 2 (1967)

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Capítulo 2
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que especifican el deber del hombre hacia sus semejantes. Hacen
su parte en aumentar la degeneración de la humanidad y en hundir
más abajo la sociedad, con lo cual perjudican a su prójimo. Si Dios
considera de esta manera los derechos del prójimo, ¿no se preocupa
de una relación más estrecha y más sagrada? Si ni un gorrión cae
sin que él lo advierta, ¿no se preocupará de los niños nacidos en el
mundo, enfermos física y mentalmente, y que sufren en mayor o
menor grado durante toda su vida? ¿No pedirá cuenta a sus padres,
a los que ha dado la facultad de la razón, por desentenderse de ella y
por convertirse en esclavos de la pasión cuando, como resultado de
ello, las generaciones posteriores tendrán que llevar la marca de sus
deficiencias físicas, mentales y morales? Además del sufrimiento
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a que someten a sus hijos, no tienen nada para legarles, a no ser la
pobreza. No pueden educarlos, y muchos ni siquiera ven la necesidad
de ello, y aunque la vieran tampoco podrían encontrar tiempo para
educarlos, para instruirlos y para atenuar tanto como fuera posible
la odiosa herencia que les han transmitido. Los padres no deberían
aumentar sus familias, a no ser que sepan que pueden atender y
educar bien a sus hijos. Un hijo en los brazos de la madre un año tras
otro constituye una gran injusticia cometida contra ella. Disminuye,
y a menudo aniquila el goce proporcionado por la vida social, y
aumenta las penurias domésticas. Priva a los hijos del cuidado y
la educación que los padres deberían considerar como su deber
impartirles.
El esposo viola el voto matrimonial y los deberes que le impone
la Palabra de Dios, cuando desatiende la salud y la felicidad de su
esposa al aumentar sus cargas y sus cuidados a causa de una familia
numerosa. “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó
a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”.
Efesios 5:25
. “Así
también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos
cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie
aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida,
como también Cristo a la iglesia”.
Efesios 5:28, 29
.
Este mandato divino es casi enteramente desatendido, aun por los
cristianos profesos. Dondequiera que se mire pueden verse mujeres
pálidas, enfermas, agobiadas de inquietud, abatidas, descorazonadas
y desanimadas. Por regla general trabajan en exceso, y sus energías
vitales están exhaustas debido a los frecuentes alumbramientos.