Página 106 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
los adventistas observadores del sábado, y los dio a conocer a los
enemigos de nuestra fe, que estaban luchando contra ese grupo, al
cual servían los ángeles del Cielo, y cuya causa Jesús, su abogado,
estaba defendiendo delante de su Padre. El clama: “Guárdalos, Pa-
dre, guárdalos; los adquirí con mi sangre”, y eleva hacia su Padre
sus manos heridas. Usted es culpable delante de Dios de un gran
pecado. Se ha aprovechado de ciertas cosas que afligen y angustian
al pueblo de Dios cuando ve que algunos de sus miembros carecen
de consagración y son a menudo vencidos por Satanás. En lugar de
ayudar a esas almas equivocadas a corregirse, usted, con aires de
triunfo ha destacado sus errores delante de los que los aborrecían
porque profesaban guardar los mandamientos de Dios y la fe de
Jesús. Ha dificultado la tarea de los que estaban dedicados a trabajar
por la salvación de los que cometieron errores, dedicándose a cazar
las ovejas perdidas de la casa de Israel.
Por causa de la desobediencia del pueblo de Israel y de su aparta-
miento de Dios, el Señor permitió que fueran puestos en situaciones
difíciles y que sufrieran adversidades; se permitió que sus enemigos
hicieran guerra contra ellos, que los humillaran y los indujeran a
buscar a Dios en medio de sus dificultades y angustias. “Entonces
vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim”.
Éxodo 17:8
. Eso
ocurrió inmediatamente después que los hijos de Israel se entregaron
a sus rebeldes murmuraciones, y a sus quejas injustas e irrazonables
contra los dirigentes que Dios había capacitado y nombrado para
conducirlos por el desierto hacia la tierra de Canaán. El Señor los
condujo donde no había agua para probarlos, para ver si después de
recibir tantas evidencias de su poder habían aprendido a volverse a
él en sus aflicciones, y se habían arrepentido de sus rebeldes murmu-
raciones del pasado en contra de él. Acusaron a Moisés y a Aarón
de haberlos sacado de Egipto impulsados por motivos egoístas, para
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darles muerte junto con sus hijos por medio del hambre, con el fin de
enriquecerse con sus posesiones. Al hacer esto los israelitas estaban
adjudicando al hombre lo que había sido hecho solamente por Dios,
cuyo poder es ilimitado, de acuerdo con las evidencias indubitables
que habían recibido. El quería que las maravillosas manifestaciones
de su poder le fueran adjudicadas a él solamente, para magnificar
su nombre sobre la tierra. El Señor los sometió repetidas veces a la
misma prueba para determinar si habían aprendido a percibir de qué