Página 128 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
Con ese gasto, ni se visten ni se alimentan; la viuda y el huérfano no
reciben auxilio, los hambrientos no reciben comida, ni los desnudos
vestido.
Mientras se gasta el dinero a manos llenas para la satisfacción
propia, se presentan a Dios ofrendas mezquinas y de mala gana.
¿Cuánto del dinero ganado por los jóvenes se encamina hacia la
tesorería de Dios para colaborar en el progreso de la obra de ganar
almas? Dan una miseria cada semana y todavía creen que están
dando mucho. No se dan cuenta de que son tan mayordomos de
Dios sobre lo poco que poseen como el rico sobre sus abundantes
posesiones. Le han robado a Dios y se han satisfecho a sí mismos,
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consultando sólo su placer, para complacer su gusto, sin pensar que
él investigaría detenidamente para ver de qué manera habían usado
sus bienes. Mientras los tales satisfacen sin vacilar sus supuestas
necesidades, y privan a Dios de la ofrenda que debieran hacerle, él
no aceptará la miseria que traen a la tesorería, más de lo que aceptó
la ofrenda de Ananías y Safira, que querían robarle en el asunto de
las ofrendas.
En general, los jóvenes que hay entre nosotros están aliados
con el mundo. Pocos libran una batalla especial contra el enemigo
interno; pocos tienen un deseo sincero y ferviente de conocer la
voluntad de Dios. Pocos tienen hambre y sed de justicia, y pocos
saben algo del Espíritu de Dios y de sus reprensiones y consuelos.
¿Dónde están los misioneros? ¿Dónde están los abnegados, capaces
de sacrificarse a sí mismos? ¿Dónde se encuentran los que están
dispuestos a llevar la cruz? El yo y los intereses personales han
consumido los principios nobles y elevados. Los asuntos de interés
eterno no causan la menor impresión sobre la mente. Dios requiere
que cada uno de ellos individualmente llegue al punto de hacer una
entrega completa de la vida. “No podéis servir a Dios y las riquezas”.
Mateo 6:24
. No podéis servir al yo y al mismo tiempo ser siervos de
Cristo. Debéis morir al yo, morir a vuestro amor al placer, y aprender
a preguntar: “¿Le agradará a Dios que yo compre estos objetos con
mi dinero? ¿Lo glorificaré con esto?”
Se nos ordena que, sea que comamos, bebamos o hagamos cual-
quier otra cosa, lo hagamos todo para la gloria de Dios. ¿Cuántos
obran por principios más bien que por impulsos, y obedecen esta
orden al pie de la letra? ¿Cuántos de los jóvenes discípulos de la