Valor en el ministerio
Querido Hno. G,
Se me mostró que usted era sumamente deficiente en el desem-
peño de sus deberes como ministro. Carece de algunas cualidades
esenciales. No tiene espíritu misionero. No está dispuesto a sacrificar
la comodidad y el placer para salvar almas. Hay hombres, mujeres y
jóvenes que traer a Cristo, que abrazarían la verdad si se les presen-
tara la luz. En su propio vecindario hay quienes tienen oídos para
oír.
Vi que usted procuraba instruir a algunos; pero en el mismo
momento cuando necesitaba perseverancia, valor y energía, usted se
descorazonaba, y se desanimaba, se volvía desconfiado y abandona-
ba la tarea. Deseaba conservar su propia comodidad, y permitía que
ese interés, que podría haber aumentado, se disipara. Podría haberse
producido una gran ganancia de almas; pero en ese momento la
oportunidad de oro pasó por causa de su falta de energía. Vi que
a menos que usted se decida a revestirse de toda la armadura, y
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esté dispuesto a sufrir privaciones como buen soldado de la cruz de
Cristo, y crea que puede gastar y ser desgastado para traer almas
al Señor, debería abandonar el ministerio y dedicarse a alguna otra
vocación.
Su alma no está santificada para hacer la obra. No asume la
responsabilidad que implica. Elije una suerte más fácil que la que le
está reservada al ministro de Cristo. El no consideraba que su vida
le fuera preciosa. No se complació a sí mismo, sino que vivió en
beneficio de los demás. Se anonadó a sí mismo y tomó la forma de
siervo. No basta que seamos capaces de presentar los argumentos
favorables a nuestra posición delante de la gente. El ministro de
Cristo debe poseer un amor inextinguible por las almas, un espíritu
de abnegación, de sacrificio propio. Debería estar dispuesto a dar la
vida, si fuera necesario, para hacer la obra de salvar a sus semejantes
por quienes Jesús murió.
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