Página 168 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
manera que honren a Dios con su influencia y sus bienes, la mal-
dición divina descenderá sobre ustedes. Ustedes podrán acumular,
pero él esparcirá. En lugar de que su salud mejore rápidamente, se
asemejarán a una rama seca. El Señor llama a obreros, hombres
que puedan preocuparse por la salvación de las almas, que quieran
hacerlo y que estén dispuestos a sacrificar cualquier cosa para que se
salven. Nadie puede hacer esta obra en lugar de ustedes; la ofrenda
de los demás, por generosa que sea, no puede ocupar el lugar de la
de ustedes. Lo que tienen que hacer es entregarse a Dios, y nadie
lo puede hacer en lugar de ustedes. Sólo el poder del Espíritu, que
obra por medio de una fe poderosa, puede capacitarlos para evitar
con éxito las muchas trampas que Satanás ha tendido delante de sus
pies. Las palabras y el ejemplo del Redentor serán luz y fortaleza
para el corazón de ustedes. Si lo siguen y confían en él, no permitirá
que perezcan. Ustedes temen demasiado desagradar a los que no
aman ni sirven a Dios. ¿Por qué quieren conservar la amistad de
los enemigos de Dios, o someterse a la influencia de sus opiniones?
“¿No sabéis que, la amistad del mundo es enemistad contra Dios?”
Santiago 4:4
. Si en el corazón se manifestara la rectitud, habría una
separación más definida del mundo.
El Señor habría hecho una obra buena y grande en este vecin-
dario la primavera pasada, si todos hubieran sentido la necesidad
de colaborar con la obra y se hubieran puesto de parte del Señor.
No hubo unidad en la acción. No todos sintieron la necesidad de
colaborar con la obra para dedicarse a ella de todo corazón. No hubo
una entrega total a Dios. Se me mostró que permanecían perturbados
y perplejos, mientras una niebla oscura descendía sobre ustedes.
Hacían preguntas, y no estaban en condiciones de recibir fortaleza ni
de impartirla. Vivimos en un tiempo solemne y terrible. No tenemos
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tiempo para adorar ídolos, ni lugar para concertarse con Belial ni
para amistarse con el mundo. Aquellos a quienes Dios acepta y
santifica para sí mismo, han sido llamados a ser diligentes y fieles
en su servicio, apartados y dedicados a él. Nadie es “piedra viva”
en el edificio espiritual por manifestar una mera forma de piedad
o porque su nombre está anotado en los registros de la iglesia. La
renovación del conocimiento y la verdadera santidad, el estar crucifi-
cados al mundo y revivificados en Cristo, eso une el alma con Dios.
Los seguidores de Cristo tienen por delante un objeto supremo, una