Página 169 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Portadores de cargas en la iglesia
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gran tarea: la salvación de sus semejantes. Todo otro interés debería
estar por debajo de éste; debería comprometer los esfuerzos más
fervientes y el más profundo interés.
Dios requiere en primer lugar el corazón, los afectos. Quiere que
sus seguidores lo amen y lo sirvan con todo el corazón, con toda el
alma, con todas las fuerzas.
Sus mandamientos y su gracia están adaptados a nuestras nece-
sidades, y sin ellos no podemos ser salvos, no importa qué hagamos.
Requiere una obediencia que él pueda aceptar. La ofrenda de bienes,
o cualquier otro servicio, sin la participación del corazón, no será
aceptado. La voluntad debe ser sometida a él. El Señor requiere de
ustedes una mayor consagración, una mayor separación del espíritu
y la influencia del mundo.
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel
que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.
1 Pedro 2:9
. Cristo
los ha llamado a ser sus seguidores, a imitar su vida de abnegación
y sacrificio, a interesarse en la gran obra de la redención de la
especie caída. Ustedes no tienen una noción exacta de la obra que
Dios quiere que lleven a cabo. Cristo es su modelo. Lo que les
falta es amor. Este puro y santo principio distingue el carácter y la
conducta de los cristianos frente a los mundanos. El amor divino
tiene una influencia poderosa y purificadora. Sólo se lo encuentra
en los corazones renovados, y entonces fluye naturalmente hacia
nuestros semejantes.
“Amaos los unos a los otros -dice el Salvador-, como yo os he
amado”.
Juan 15:13
. Cristo nos ha dado ejemplo de amor puro
y desinteresado. Todavía no se han dado cuenta: ustedes de su
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deficiencia en este aspecto, y la gran necesidad que tienen de alcanzar
este ideal celestial, sin el cual todos los buenos propósitos, y todo el
celo, aunque fuera de tal naturaleza que los indujera a dar sus bienes
para alimentar a los pobres, y sus cuerpos para ser quemados, nada
sería. Necesitan esa caridad que todo lo sufre, que no se irrita, que
todo lo soporta, que todo lo cree, que todo lo espera. Sin el espíritu de
amor, nadie puede ser semejante a Cristo. Si este principio viviente
reside en el alma, nadie puede ser semejante al mundo.
La conducta de los cristianos es como la de su Señor. El enarboló
el estandarte, y a nosotros nos corresponde decidir si nos vamos a