Página 18 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
de trabajo que tenía delante de mí, y dije que me había ocupado
en cortar vestidos para los demás por más de veinte años, que mis
labores no habían sido apreciadas, y que no veía tampoco que mi
trabajo hubiera hecho demasiado bien. Hablé con la persona que
me trajo la tela acerca de una mujer en particular para quien él me
había pedido que cortara un vestido. Declaré que esa persona no
apreciaría el vestido, y que sería una pérdida de tiempo y de material
ofrecérselo: Era muy pobre, no muy inteligente, sin hábitos de aseo,
y pronto lo ensuciaría.
La persona replicó: “Corta los vestidos. Ese es tu deber. La
pérdida no es tuya, sino mía. Dios no ve tal como el hombre ve. El
planifica la obra que debe ser hecha, y tú no sabes qué va a prosperar,
si esto o aquello. Llegará el momento cuando se descubrirá que
muchas de estas pobres almas entrarán en el reino, mientras otras,
favorecidas por las bendiciones de la vida, poseedoras de capacidad
intelectual, y rodeadas de un ambiente agradable, que han dispuesto
de todas las ventajas que conducen al progeso, quedarán afuera. Se
verá que estas pobres almas han vivido de acuerdo con la débil luz
de que disponían, y han avanzado echando mano de los limitados
recursos que estaban a su alcance, en forma mucho más aceptable
que algunos otros que han gozado de la plenitud de la luz, y de
amplias oportunidades de progresar”.
Entonces levanté las manos, llenas de callosidades de tanto usar
las tijeras, e insistí en que no podía menos que estremecerme ante el
pensamiento de que tenía que proseguir con ese trabajo. Entonces la
persona volvió a decir: “Corta los vestidos. No ha llegado todavía el
momento de que te sientas libre de esto”.
Con muchísimo cansancio me puse de pie para continuar el tra-
bajo. Delante de mí encontré tijeras nuevas y brillantes, que comencé
a usar. Inmediatamente me abandonaron los sentimientos de cansan-
cio y desánimo; las tijeras parecían cortar casi sin esfuerzo de mi
parte, y corté vestido tras vestido con comparativa facilidad.
Gracias al ánimo que me dio este sueño decidí inmediatamente
acompañar a mi esposo y al hermano Andrews, a Gratiot, Saginaw y
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Tuscola, confiando en que el Señor me daría fuerzas para trabajar.
Así pues, el 7 de febrero salimos de casa y viajamos unos ochenta
kilómetros hasta Alma, el lugar de nuestro compromiso. Allí trabajé
como de costumbre, con bastante libertad y fortaleza. Los amigos del