Página 186 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
de estas cosas! La inconsecuencia, la conducta descuidada de sus
miembros, la han debilitado en extremo. Algunos miembros de la
misma iglesia han traicionado a sus hermanos, y sin embargo el
culpable no tenía la intención de causar daño. La falta de sabiduría
en la elección de temas de conversación ha causado mucho perjuicio.
La conversación debería referirse a las cosas espirituales y divinas;
pero ha ocurrido todo lo contrario. Si la relación entre amigos cris-
tianos se dedicara mayormente al progreso de la mente y el corazón,
no habría remordimientos después, y esas entrevistas se podrían
recordar con agrado y satisfacción. Pero si se gastan las horas en
liviandades y en una vana conversación, y el tiempo precioso se
emplea en disecar las vidas y el carácter de los demás, esa relación
amigable será una fuente de males, y vuestra influencia tendrá sabor
de muerte para muerte.
No puedo recordar definidamente a todas las personas, miembros
de su iglesia, que me fueron mostradas en esa ocasión; pero vi que
muchos tenían una gran obra que hacer. Casi todos se dedican
demasiado a hablar y muy poco a la meditación y la oración. En
muchos hay demasiado egoísmo. La mente está concentrada en el
yo y no en el bien de los demás. El poder de Satanás reposa sobre
vosotros en gran medida. Pero hay preciosas luces entre vosotros, y
hay quienes están tratando de caminar de acuerdo con la voluntad de
Dios. El orgullo y el amor al mundo son a la vez trampas y grandes
impedimentos para el desarrollo de la espiritualidad y el crecimiento
en la gracia.
Este mundo no es el cielo del cristiano, sino sólo el taller de
Dios, donde se nos pone en condiciones de unirnos con los ángeles
sin pecado en un cielo santo. Constantemente deberíamos educar
la mente para que se dedique a pensamientos nobles y abnegados.
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Esta educación es necesaria para que ejercitemos las facultades que
Dios nos ha dado a fin de que su nombre sea más glorificado en la
tierra todavía. Somos responsables de las nobles cualidades que el
Señor nos ha concedido, y usarlas para algo que él nunca tuvo en
vista constituye una vil ingratitud. El servicio de Dios requiere todas
las facultades de nuestro ser, y dejaremos de cumplir la voluntad
de Dios a menos que llevemos esas facultades a un alto nivel de
educación, y entrenemos la mente para que ame las cosas celestiales