Página 192 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
huir de las trampas engañosas de Satanás. Este induce a los que
esperan y velan a que den un paso en dirección del mundo; no tenían
la intención de avanzar más, pero ese paso los separó de Jesús, y
les facilitó la tarea de dar el segundo; y así se da un paso tras otro
en dirección del mundo, hasta que la única diferencia que hay entre
ellos y éste es una profesión de fe, un mero nombre. Han perdido
su carácter peculiar y santo, y nada, salvo su profesión de fe, los
diferencia de los amadores del mundo que están en torno de ellos.
Vi que las sucesivas vigilias eran cosa del pasado. Por causa de
esto, ¿debería haber falta de vigilancia? ¡Oh, no! Hay ahora una
mayor necesidad de velar incesantemente, porque nos queda menos
tiempo que cuando se produjo la primera vigilia. Ahora el período
de espera es necesariamente más corto que antes. Si esperamos con
una vigilancia inquebrantable entonces, con cuánto mayor interés
deberíamos velar el doble que antes durante la segunda vigilia. El
transcurso de esta segunda vigilia nos ha traído a la tercera y ahora
no hay excusa ninguna para disminuir nuestra vigilancia. La tercera
vigilia reclama una triple dedicación. Ponernos impacientes ahora
implicaría perder toda nuestra ferviente y perseverante vigilancia
anterior. La larga noche de pesar nos somete a prueba, pero la ma-
ñana se posterga misericordiosamente, porque si el Maestro viniera
ahora, hallaría a tantos sin preparación. La actitud de Dios de no
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permitir que su pueblo perezca ha sido la razón de tan larga demora.
Pero la venida de la mañana para los fieles, y de la noche para los
infieles, está a punto de producirse. Al esperar y velar, el pueblo de
Dios debe manifestar su carácter peculiar, su separación del mundo.
Mediante nuestra actitud vigilante debemos demostrar que somos
verdaderamente extranjeros y peregrinos sobre la tierra. La diferen-
cia entre los que aman al mundo y los que aman a Cristo es tan clara
que resulta inconfundible. Mientras los mundanos dedican todo su
entusiasmo y su ambición a obtener los tesoros terrenales, el pueblo
de Dios no se conforma a este mundo, sino que manifiesta, mediante
su actitud fervorosa de vigilia y espera, que ha sido transformado;
que su hogar no está en el mundo, sino que está buscando una patria
mejor: la celestial. Espero, mis queridos hermanos y hermanas, que
ustedes no leerán estas palabras sin ponderar cuidadosamente su im-
portancia. Así como los hombres de Galilea permanecieron con los
ojos fijos en el cielo para captar, si fuera posible, una vislumbre de