Página 193 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La mundanalidad en la iglesia
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su Salvador que ascendía, dos hombres vestidos de blanco, ángeles
celestiales encargados de consolarlos por la pérdida de la presencia
de su Salvador, se pusieron de pie junto a ellos y les dijeron: “Va-
rones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús,
que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis
visto ir al cielo”.
Hechos 1:11
.
El propósito de Dios es que su pueblo fije sus ojos en el cielo,
para aguardar la gloriosa aparición de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo. Mientras la atención de los mundanos se concentra en
diversas empresas, la nuestra debería fijarse en el cielo; nuestra fe
debería penetrar más y más en los gloriosos misterios del tesoro
celestial, para que los preciosos y divinos rayos del santuario ce-
lestial resplandezcan en nuestros corazones, como resplandecen en
el rostro de Jesús. Los burladores se mofan de los que esperan y
velan, y preguntan: “¿Donde está la promesa de su advenimiento?
Os habéis chasqueado. Uníos a nosotros y prosperaréis en las cosas
terrenales. Ganad dinero, y seréis honrados por el mundo”. Los que
aguardan miran hacia lo alto y responden: “Estamos velando”. Y
al apartarse de los placeres terrenales y la fama mundanal, y del
engaño de las riquezas, demuestran que han asumido esa actitud. Al
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velar, se fortalecen; vencen la negligencia, el egoísmo y el amor a la
comodidad. Los fuegos de la aflicción arden sobre ellos, y el tiempo
de espera parece largo. A veces se entristecen y la fe flaquea; pero
se unen de nuevo, vencen sus temores y dudas, y mientras sus ojos
están dirigidos al cielo, le dicen a sus adversarios: “Estamos velando,
estamos esperando el regreso de nuestro Señor. Nos gloriaremos en
la tribulación, en la aflicción, en las necesidades”.
El deseo de nuestro Señor es que vigilemos, de manera que cuan-
do venga y llame le abramos la puerta inmediatamente. Pronuncia
una bendición sobre los siervos que estén velando. “Se ceñirá, los
hará tomar asiento para que coman, y vendrá a servirles”. ¿Quién
entre nosotros en estos últimos días será honrado tan especialmen-
te por el Maestro de las asambleas? ¿Estamos preparados a fin de
abrirle la puerta sin demora para darle la bienvenida? ¡Velad, velad,
velad! Casi todos han dejado de velar y esperar; no estamos prepa-
rados para abrirle la puerta inmediatamente. El amor al mundo ha
ocupado de tal manera nuestros pensamientos, que nuestros ojos no
están dirigidos hacia lo alto sino hacia abajo, hacia la tierra. Estamos