Página 194 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
apurados, dedicados con celo y entusiasmo a diferentes empresas,
pero Dios ha sido olvidado, y no valoramos el tesoro celestial. No
estamos en una actitud de espera y vigilancia. El amor al mundo y
el engaño de las riquezas eclipsa nuestra fe, y no anhelamos la apa-
rición de nuestro Salvador, ni la amamos. Tratamos con demasiado
interés de preocuparnos por nosotros mismos. Somos intranquilos, y
carecemos de una firme confianza en Dios. Muchos se preocupan
y trabajan, idean y planifican, temerosos de padecer necesidad. No
tienen tiempo para orar o para asistir a reuniones religiosas y, en
su preocupación por sí mismos, no le dan a Dios la oportunidad de
cuidarlos. Y el Señor no hace mucho por ellos, porque no le dan
ocasión. Se preocupan demasiado por sí mismos, y creen y confían
poco en Dios.
El amor al mundo ejerce una terrible influencia sobre la gente a
la cual el Señor ha mandado velar y orar constantemente, no sea que
venga de repente y los encuentre durmiendo. “No améis al mundo,
ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el
amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo,
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los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la
vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y
sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre”.
1 Juan 2:15-17
.
Se me mostró que el pueblo de Dios que profesa creer la verdad
presente no se encuentra en una actitud de espera y vigilancia. Los
hijos de Dios están incrementando sus riquezas, y están depositando
sus tesoros en la tierra. Se están volviendo ricos en las cosas mun-
danas, pero no ricos en Dios. No creen que el tiempo sea corto; no
creen que el fin de todas las cosas está cerca, que Cristo está a las
puertas. Pueden profesar mucha fe, pero se engañan a sí mismos;
porque sólo pondrán en práctica la fe que realmente poseen. Sus
obras ponen de manifiesto el carácter de su fe, y dan testimonio
ante los que los rodean que la venida de Cristo no se va a producir
en esta generación. De acuerdo con su fe serán sus obras. Están
añadiendo una casa a la otra, y un terreno al otro; son ciudadanos de
este mundo.
La condición del pobre Lázaro, que se alimentaba con las migajas
que caían de la mesa del rico, es preferible a la de estos profesos
cristianos. Si verdaderamente tuvieran fe, en lugar de aumentar sus