Página 195 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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La mundanalidad en la iglesia
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tesoros aquí en la tierra, los estarían vendiendo, para librarse de
esas cosas terrenales, que estorban, y para transferir sus tesoros al
cielo. Entonces el interés de sus corazones estará allá, porque el
corazón del hombre estará donde se encuentre su mayor tesoro.
Muchos de los que profesan creer la verdad dan testimonio acerca
de que lo que más valoran está en este mundo. Por estas cosas se
preocupan, manifiestan una ansiedad agotadora, y trabajan. Preservar
sus tesoros y acrecentarlos es el motivo de sus vidas. Han transferido
tan pocas cosas al cielo, han hecho un depósito tan pequeño en el
tesoro celestial, que sus mentes no se sienten especialmente atraídas
hacia esa tierra mejor. Han hecho amplios depósitos en las empresas
de esta tierra, y esas inversiones, como el imán, atraen sus mentes
para separarlas de lo celestial e imperecedero, y dirigirlas hacia lo
terrenal y corruptible. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará
vuestro corazón”.
Mateo 6:21
.
El egoísmo encierra a muchos de los que están alrededor de
nosotros con bandas de hierro. Es mi campo, son mis bienes, es mi
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negocio, es mi mercadería. Incluso los clamores de los seres huma-
nos no encuentran eco en ellos. Hombres y mujeres que profesan
esperar y amar la aparición de su Señor están enquistados en el yo.
Se han apartado de lo noble, de lo semejante a Dios. El amor al
mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria
de la vida los han atado de tal manera que están ciegos. El mundo
los ha corrompido, y no se dan cuenta. Hablan de amor a Dios,
pero sus frutos no manifiestan el amor al cual se refieren. Le roban
a Dios los diezmos y las ofrendas, y la maldición agostadora de
Dios recae sobre ellos. La verdad ha estado iluminando su senda a
cada lado. Dios ha obrado maravillosamente para la salvación de las
almas en sus propios hogares, pero, ¿dónde están sus ofrendas, que
deberían haber presentado para agradecerle por todas las muestras
de su misericordia? Muchos de ellos son tan desagradecidos como
los animales. El sacrificio hecho en favor del hombre fue infinito,
más allá de la comprensión de los más poderosos intelectos, no
obstante lo cual hombres que pretenden ser participantes de estos
beneficios celestiales, que se les concedieron a tan alto costo, son
demasiado egoístas como para hacer algún verdadero sacrificio pa-
ra Dios. Sus mentes están concentradas en el mundo, y sólo en el
mundo. En el salmo 49 leemos: “Los que confían en sus bienes,