Página 205 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Los sufrimientos de Cristo
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referencia a sus sufrimientos, muerte y resurrección; y en medio
de la lobreguez de aquella hora terrible y penosa, algunos rayos de
esperanza habrían iluminado las tinieblas y sostenido su fe.
Cristo les había predicho que estas cosas iban a suceder; pero
no lo comprendieron. La escena de sus sufrimientos había de ser
una prueba de fuego para sus discípulos, y por esto era necesario
que velasen y orasen. Su fe necesitaría ser sostenida por una fuerza
invisible, mientras experimentaran el triunfo de las potestades de las
tinieblas.
Podemos apreciar apenas débilmente la angustia inenarrable que
sintió el amado Hijo de Dios en Getsemaní, al comprender que se
había separado de Dios al llevar el pecado del hombre. El fue hecho
pecado por la especie caída. La sensación de que se apartaba de él
el amor de su Padre, arrancó de su alma angustiada estas dolorosas
palabras: “Mi alma está muy triste hasta la muerte”. “Si es posible,
pase de mi este vaso”. Luego, con completa sumisión a la voluntad
de su Padre, añadió: “Empero, no como yo quiero, sino como tú”.
El divino Hijo de Dios desmayaba y se moría. El Padre envió a un
mensajero de su presencia para que fortaleciera al divino Doliente, y
le ayudara a pisar la senda ensangrentada. Si los mortales hubiesen
podido ver el pesar y asombro de la hueste angélica al contemplar en
silencioso dolor cómo el Padre separaba sus rayos de luz, su amor
y gloria, del amado Hijo de su seno, comprenderían mejor cuán
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ofensivo es el pecado a la vista de Dios. La espada de la justicia
iba a ser desenvainada contra su amado Hijo. Con un beso fue
entregado en manos de sus enemigos y llevado apresuradamente
al tribunal terreno, donde había de ser ridiculizado y condenado a
muerte por mortales pecaminosos. Allí, el glorioso Hijo de Dios
fue “herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados”.
Isaías 53:5
. Soportó burlas, insultos e ignominiosos abusos, hasta
que “fue desfigurado de los hombres su paracer, y su hermosura más
que la de los hijos de los hombres”.
Isaías 52:14
.
¿Quién puede comprender el amor manifestado aquí? La hueste
angélica contempló con admiración y pesar a Aquel que había sido
la majestad del cielo y que había llevado la corona de gloria, y
ahora soportaba la corona de espinas, víctima sangrante de la ira
de una turba enfurecida, inflamada de insana locura por la ira de
Satanás. ¡Contemplemos al paciente y dolorido! Las espinas coronan