Página 206 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

Basic HTML Version

202
Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
su cabeza. Su sangre fluye de las venas laceradas. ¡Y todo por causa
del pecado! Nada podía haber inducido a Cristo a dejar su honor
y majestad celestiales, y venir a un mundo pecaminoso para ser
olvidado, despreciado y rechazado por aquellos a quienes había
venido a salvar, y finalmente, para sufrir en la cruz, sino el amor
eterno y redentor que siempre será un misterio.
¡Admiraos, oh cielos, y asómbrate, oh tierra! ¡He aquí al opresor
y al Oprimido! Una vasta multitud rodea al Salvador del mundo. Las
burlas y los escarnios se mezclan con maldiciones y blasfemias. Los
miserables sin sentimientos comentan su humilde nacimiento y vida.
Los príncipes de los sacerdotes y ancianos ridiculizan su aserto de
que es el Hijo de Dios, y las bromas vulgares y el ridículo insultante
vuelan de un labio a otro. Satanás ejercía pleno dominio sobre las
mentes de sus siervos. A fin de lograr esto eficazmente, comenzó con
los príncipes de los sacerdotes y ancianos, y les infundió frenesí reli-
gioso. Movía a estos últimos el mismo espíritu satánico que controla
a los más viles y endurecidos miserables. Prevalecía una armonía
corrompida en los sentimientos de todos, desde los sacerdotes y
ancianos hipócritas hasta los más degradados. Sobre los hombros de
Cristo, el precioso Hijo de Dios, se puso la cruz. Cada paso de Jesús
[188]
quedaba marcado por la sangre que fluía de sus heridas. Rodeado
por una inmensa muchedumbre de acerbos enemigos y espectadores
insensibles, se lo condujo a la crucifixión. “Angustiado él, y afligido,
no abrió su boca: como cordero fue llevado al matadero; y como
oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”.
Isaías 53:7
.
Sus entristecidos discípulos le seguían a lo lejos, detrás de la
turba homicida. Lo vieron clavado en la cruz, colgado entre los
cielos y la tierra. Sus corazones rebosaban de angustia al ver a su
amado Maestro sufriendo como un criminal. Cerca de la cruz, los
ciegos, fanáticos e infieles sacerdotes y ancianos le escarnecían y
se burlaban de él diciendo: “Tú, el que derribas el templo, y en tres
días lo reedificas, sálvate a ti mismo: si eres Hijo de Dios, desciende
de la cruz. De esta manera también los príncipes de los sacerdotes,
escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían:
A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar: si es el rey de Israel,
descienda ahora de la cruz y creeremos en él. Confió en Dios: líbrele