Página 209 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

Basic HTML Version

Los sufrimientos de Cristo
205
encomiendo mi espíritu”.
Lucas 23:46
. Conocía el carácter de su
Padre, su justicia, misericordia y gran amor, y sometiéndose a él se
entregó en sus manos. En medio de las convulsiones de la naturaleza,
los asombrados espectadores oyeron las palabras del moribundo del
Calvario.
La naturaleza simpatizó con los sufrimientos de su Autor. La
tierra convulsa y las rocas desgarradas proclamaron que era el Hijo
de Dios quien moría. Hubo un gran terremoto. El velo del templo
se rasgó en dos. El terror se apoderó de los verdugos y de los es-
pectadores, cuando las tinieblas velaron al sol, la tierra tembló bajo
sus pies y las rocas se partieron. Las burlas y los escarnios de los
príncipes de los sacerdotes y ancianos cesaron cuando Cristo entregó
su espíritu en las manos de su Padre. La asombrada muchedumbre
empezó a retirarse y a buscar a tientas, en las tinieblas, el camino
de regreso a la ciudad. Se golpeaban el pecho mientras iban, y con
terror cuchicheaban entre sí: “Asesinaron a un inocente. ¿Qué será
de nosotros, si verdaderamente él fuera, como lo afirmó, el Hijo de
Dios?”
[191]
Jesús no entregó su vida hasta que no hubo realizado la obra que
había venido a hacer y exclamó con su último aliento: “Consumado
es”.
Juan 19:30
. Satanás estaba entonces derrotado. Sabía que su
reino estaba perdido. Los ángeles se regocijaron cuando fueron pro-
nunciadas las palabras: “Consumado es”. El gran plan de redención,
que dependía de la muerte de Cristo, había sido ejecutado hasta allí.
Y hubo gozo en el cielo porque los hijos de Adán podrían, mediante
una vida de obediencia, ser finalmente exaltados al trono de Dios.
¡Oh, qué amor! ¡Qué asombroso amor fue el que trajo al Hijo de
Dios a la tierra para que fuese hecho pecado por nosotros a fin de
que pudiésemos ser reconciliados con Dios y elevados a vivir con
él en sus mansiones de gloria! ¡Oh, qué es el hombre para que se
hubiese de pagar un precio tal por su redención!
Cuando los hombres y las mujeres puedan comprender plena-
mente la magnitud del gran sacrificio que fue hecho por la Majestad
del cielo al morir en lugar del hombre, entonces será magnificado
el plan de salvación, y al reflexionar en el Calvario se despertarán
emociones tiernas, sagradas y vivas en el corazón del cristiano; vi-
brarán en su corazón y en sus labios alabanzas a Dios y al Cordero.
El orgullo y la estima propia no pueden florecer en los corazones que