Página 210 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
mantienen frescos los recuerdos de las escenas del Calvario. Este
mundo parecerá de poco valor a aquellos que estimen el gran precio
de la redención del hombre, la preciosa sangre del amado Hijo de
Dios. Todas las riquezas del mundo no tienen suficiente valor para
redimir un alma que perece. ¿Quién puede medir el amor que sintió
Cristo por el mundo perdido, mientras pendía de la cruz sufriendo
por los pecados de los hombres culpables? Este incomprensible
amor de Dios fue inconmensurable, infinito.
Cristo demostró que su amor era más fuerte que la muerte. Esta-
ba cumpliendo la salvación del hombre; y aunque sostenía el más
espantoso conflicto con las potestades de las tinieblas, en medio de
todo ello su amor se intensificaba. Soportó que se ocultase el rostro
de su Padre, hasta sentirse inducido a exclamar con amargura en
el alma: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Su
brazo trajo salvación. Pagó el precio para comprar la redención del
hombre cuando, en la última lucha de su alma, expresó las pala-
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bras bienaventuradas que parecieron repercutir por toda la creación:
“Consumado es”.
Muchos de los que profesan ser cristianos se entusiasman por
empresas mundanales, y se interesan por diversiones nuevas y exi-
tantes, mientras que su corazón parece helado ante la causa de Dios.
He aquí, pobre formalista, un tema que tiene suficiente importancia
para excitarte. Entraña intereses eternos. Es un pecado permanecer
sereno y desapasionado ante él. Las escenas del Calvario despiertan
la más profunda emoción. Tendrás disculpa si manifiestas entusias-
mo por este tema. Que Cristo, tan excelso e inocente, hubiese de
sufrir una muerte tan dolorosa y soportar el peso de los pecados
del mundo, es algo que nuestros pensamientos e imaginaciones no
podrán nunca comprender plenamente. No podemos medir la lon-
gitud, anchura, altura y profundidad de un amor tan asombroso. La
contemplación de las profundidades inconmensurables del amor del
Salvador debieran llenar la mente, conmover y enternecer el alma,
refinar y elevar los afectos, y transformar completamente todo el
carácter. El lenguaje del apóstol es: “No me propuse saber algo entre
vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado”.
1 Corintios 2:2
.
Nosotros también podemos mirar al Calvario y exclamar: “Pero lejos
esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,