Página 21 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Resumen de mi experiencia
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el hermano Andrews estuviera dispuesto a cumplir el compromiso
que teníamos con Alma. El estuvo dispuesto a hacerlo. Esa mañana
escribí quince páginas más, asistí a una reunión y hablé durante una
hora; viajamos unos 53 kilómetros con los hermanos Griggs rumbo
a la casa del hermano Spooner en Tuscola. El jueves de mañana
fuimos a Watrousville, a casi 26 kilómetros de distancia. Escribí
16 páginas y asistí a una reunión nocturna, durante la cual di un
testimonio muy definido a una persona que estaba presente. A la
mañana siguiente escribí doce páginas antes del desayuno, regresé a
Tuscola, y escribí ocho páginas más.
El sábado mi esposo habló antes del mediodía, y yo lo seguí por
dos horas más antes de ir a almorzar. Se clausuró entonces la reunión
por unos momentos, durante los cuales comí algo, y después hablé
durante una hora en una reunión social, y di testimonios definidos a
varios de los que se hallaban presentes allí. Estos testimonios fueron
recibidos generalmente con sentimientos de humildad y gratitud. No
puedo decir, sin embargo, que todos fueron recibidos de esa manera.
A la mañana siguiente, cuando estábamos por ir al salón de culto
para comenzar las arduas labores del día, una hermana a quien había
dado un testimonio en el sentido de que le faltaba discreción y
cautela, y que no era capaz de controlar plenamente sus palabras
y sus actos, vino con su esposo en medio de una manifestación de
sentimientos de mucha enemistad y agitación. Comenzó a hablar y a
llorar. Balbuceó un poco, confesó algo, pero se justificó a sí misma
considerablemente. Tenía una idea equivocada de muchas de las
cosas que yo le había dicho. Su orgullo resultó herido cuando expuse
sus faltas tan públicamente. Allí residía, evidentemente, la principal
dificultad. Pero, ¿por qué tenía que sentirse así? Los hermanos y
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las hermanas sabían que esas cosas eran así; por lo tanto, yo no les
estaba informando nada nuevo. Pero no dudo de que esas cosas eran
nuevas para la hermana. No se conocía a sí misma y no podía juzgar
adecuadamente sus propias palabras y actos. Esto en cierta medida
es cierto en casi todos los casos; de allí la necesidad de que en la
iglesia se reprenda fielmente a los hermanos, y que todos cultiven el
amor por los claros testimonios que se les envían.
El esposo parecía no aceptar el hecho de que yo hubiera presen-
tado las faltas de su esposa delante de toda la iglesia, y afirmó que si
la hermana White hubiera seguido las instrucciones del Señor que