Página 24 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
claridad que no puedo permitir que tales cosas me aparten de la
senda del deber. Al regresar del correo con la nota que acabo de
mencionar, sintiéndome más bien deprimida, tomé la Biblia, y la abrí
con oración para encontrar en ella consuelo y apoyo, y mis ojos se
posaron directamente sobre las siguientes palabras del profeta: “Tú,
pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales todo cuanto te mande; no
temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante
de ellos. Porque he aquí que yo te he puesto en este día como
ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce
contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus
sacerdotes, y el pueblo de la tierra. Y pelearán contra ti, pero no
te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte”.
Jeremías 1:17-19
.
Regresamos a casa de esta gira justamente antes de una tremenda
lluvia que se llevó la nieve que había caído. La tormenta nos obligó
a suspender la reunión del sábado siguiente y yo comencé en seguida
a preparar material para el
Testimonio
n
o
14. También tuvimos el pri-
vilegio de cuidar a nuestro querido hermano King, a quien trajimos a
casa con una enorme herida en la cabeza y en el rostro. Lo trajimos
a casa para que muriera, porque no creíamos que alguien, con seme-
jante fractura de cráneo, pudiera recuperarse. Pero con la bendición
[18]
de Dios, más el uso prudente de agua, y una dieta frugal hasta que
pasara el peligro de la fiebre, y con habitaciones bien ventiladas de
día y de noche, en tres semanas estuvo en condiciones de regresar a
su casa, y reasumir sus actividades como agricultor. No tomó ni una
pizca de medicinas en ningún momento. Aunque bajó bastante de
peso como resultado de la pérdida de sangre causada por sus heridas,
y del régimen frugal de alimentación a que se lo sometió, cuando
pudo ingerir alimentos en mayor cantidad, sin embargo, se recuperó
rápidamente.
Por ese entonces comenzamos a trabajar por nuestros hermanos
y amigos de los alrededores de Greenville. Como ocurre en muchos
lugares, nuestros hermanos necesitaban ayuda. Había algunos que
guardaban el sábado, pero que no eran miembros de la iglesia, y
otros que habían dejado de guardarlo, y que necesitaban ayuda. Nos
sentíamos dispuestos a ayudar a esas pobres almas, pero la conducta
anterior de los dirigentes de la iglesia con respecto a esas personas,
y su actitud actual, nos imposibilitaban casi del todo acercarnos a