Página 25 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Resumen de mi experiencia
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ellas. Al trabajar con los que habían cometido errores, algunos de
los hermanos habían sido demasiado rígidos, demasiado hirientes en
sus afirmaciones. Y cuando algunos se sentían inclinados a rechazar
su consejo y a apartarse de ellos, decían: “Está bien; si se quieren ir,
que se vayan”. Mientras se manifestaba tal falta de la compasión, la
paciencia y la ternura de Jesús por parte de sus profesos seguidores,
estas pobres almas sumidas en el error e inexpertas, abofeteadas
por Satanás, ciertamente iban a naufragar en su fe. Por grandes que
sean los daños y los pecados de los que se encuentran en el error,
nuestros hermanos deben aprender a manifestar no sólo la ternura
del gran Pastor, sino también su preocupación y amor inextinguibles
por las pobres ovejas errantes. Nuestros pastores trabajan y predican
semana tras semana, y se regocijan porque unas pocas almas aceptan
la verdad; no obstante, algunos hermanos de ánimo pronto y deci-
dido pueden destruir esa obra en cinco minutos al permitir que sus
sentimientos los induzcan a pronunciar palabras como éstas: “Está
bien; si se quieren ir, que se vayan”.
Descubrimos que no podíamos hacer nada por las ovejas es-
parcidas que se encontraban alrededor de nosotros, mientras no
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corrigiéramos primeramente los errores de muchos de los miembros
de la iglesia. Ellos habían permitido que esas pobres almas se desca-
rriaran. No se habían preocupado de atenderlas. En efecto, parecía
que estaban ensimismados, y que estaban muriendo de muerte espi-
ritual por falta de ejercicio espiritual. Seguían amando la causa en
general, y estaban listos para apoyarla. Estaban dispuestos a atender
a los siervos de Dios. Pero había una definida falta de atención por
las viudas, los huérfanos y los miembros débiles del rebaño. Además
de cierto interés por la causa en general, aparentemente había muy
poco interés por cualquiera que no fuera miembro de sus propias
familias. Como consecuencia de una religión tan estrecha, estaban
muriendo de muerte espiritual.
Había algunos que guardaban el sábado, asistían a las reuniones
y participaban del plan de la benevolencia sistemática, pero que
no formaban parte de la iglesia. Y es verdad que no estaban en
condiciones de pertenecer a ninguna iglesia. Pero mientras los diri-
gentes de la iglesia asumían la actitud que descubrimos en algunos,
y les daban poco o ningún ánimo, era casi imposible que ellos se
levantaran con la fortaleza de Dios para obrar mejor. Al comenzar