Página 26 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
a trabajar por la iglesia, y a enseñarles que debían trabajar por los
que estaban fallando, mucho de lo que yo había visto con respecto
a la obra en ese lugar se abrió ante mí, y escribí varios testimonios
definidos no sólo para los que habían fallado grandemente y estaban
fuera de la iglesia, sino para los miembros de la iglesia que habían
errado tanto al no salir a buscar a la oveja perdida. Y nunca me
sentí más desilusionada que al verificar de qué manera se recibieron
esos testimonios. Cuando fueron reprendidos los que habían fallado
muchísimo, mediante testimonios bien definidos leídos en público
en presencia de ellos, los recibieron, y confesaron con lágrimas sus
faltas. Pero algunos miembros de la iglesia, que pretendían ser gran-
des amigos de la causa y de los
Testimonios,
apenas podían creer
que fuera posible que hubieran estado tan equivocados como los
testimonios lo establecían. Cuando se les dijo que eran egoístas,
preocupados sólo de sí mismos y de sus familias; que no se habían
preocupado de los demás, habían sido exclusivistas y habían permi-
tido que algunas almas preciosas perecieran; que estaban en peligro
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de ser sobreprotectores y justos en su propia opinión, cayeron en un
estado de gran agitación, y se sintieron sometidos a prueba.
Pero esta experiencia era exactamente lo que necesitaban para
aprender a ser tolerantes con los que pasaban por un estado similar.
Hay muchos que se sienten seguros de que no serán probados por
los
Testimonios,
y siguen en esa condición hasta que son someti-
dos a prueba. Les parece raro que alguien manifieste dudas. Son
intolerantes con los que lo hacen, y hieren y azotan, para manifestar
su celo por los
Testimonios,
con lo que demuestran que tienen más
justicia propia que humildad. Pero cuando el Señor los reprende por
sus errores, descubren que son más débiles que el agua. Cuando
eso ocurre, apenas pueden resistir la prueba. Estas cosas deberían
enseñarles humildad, ternura, y un amor inextinguible por los que
están en el error.
Me parece que el Señor está extendiendo a los que han fallado,
a los débiles y temblorosos, y hasta a los que han apostatado de la
verdad, una invitación especial a incorporarse plenamente al rebaño.
Pero sólo pocos en la iglesia creen lo mismo. Y menos aún están
dispuestos a ponerse en condiciones de ayudarles. Hay muchos
más que se interponen en el camino que deben recorrer esas pobres
almas. Muchísimos asumen una actitud de estrictez. Requieren de