Página 254 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
placer en que todo lo que se relacione con él sea hecho de la mejor
manera, y ponga en evidencia el buen gusto más refinado. Pero los
que construyen a regañadientes una casa dedicada a Dios, más pobre
que la que aceptarían para vivir ellos mismos, manifiestan falta de
reverencia hacia Dios y las cosas sagradas. Sus obras revelan que
a sus ojos sus propias preocupaciones de orden temporal son de
más valor que los asuntos de naturaleza espiritual. Las cosas eternas
ocupan un lugar secundario. No se considera esencial tener cosas
buenas y convenientes para usarlas en el servicio de Dios; pero, eso
sí, se las ve sumamente esenciales en los asuntos de esta vida. Los
hombres revelan así la verdadera naturaleza moral de los principios
que se encuentran en sus corazones.
Muchos de nuestros hermanos tienen miras estrechas. El orden,
la pulcritud, el buen gusto y la conveniencia han sido calificados de
orgullo y amor al mundo. Esto es una equivocación. El vano orgullo,
que se manifiesta en atavíos ostentosos y adornos innecesarios, no
es agradable a Dios. Pero el que creó para el hombre un mundo
hermoso, y plantó el encantador jardín del Edén con toda clase de
árboles para que dieran fruto y exhibieran belleza, y que decoró
la tierra con flores encantadoras de todas clases y formas, nos ha
dado pruebas tangibles de que le agrada la hermosura. Sin embargo,
acepta la más humilde ofrenda del niño más pobre y débil, si no
tiene nada mejor que ofrecer. Dios acepta la sinceridad del alma.
El hombre que tiene a Dios entronizado en el corazón, y que lo
ha exaltado por sobre todo, será inducido a someter totalmente su
voluntad a Dios, y hará una entrega completa de sí mismo a su
gobierno y su reino.
Los miopes mortales no comprenden los caminos y las obras
de Dios. Sus ojos no están dirigidos hacia las alturas, hacia él,
como deberían estarlo. No tienen una visión exaltada de las cosas
eternas. Las contemplan sólo con visión empañada. No se deleitan
especialmente en considerar el amor de Dios, la gloria y el esplendor
del Cielo, el carácter exaltado de los santos ángeles, la majestad
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y el encanto inexpresables de Jesús, nuestro Redentor. Por tanto
tiempo han mantenido las cosas terrenales delante de los ojos, que las
escenas eternas les resultan vagas e indefinidas. Tienen un concepto
limitado de Dios, el Cielo y la eternidad.