La severidad en el gobierno de la familia
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Las cosas sagradas se ponen al mismo nivel de las comunes;
por lo tanto, en su trato con Dios manifiestan esa misma actitud
mezquina y miserable que ponen en evidencia cuando tratan con sus
semejantes. Sus ofrendas al Señor son rengas, enfermas o defectuo-
sas. Le roban a Dios así como le roban a sus semejantes. Sus mentes
no alcanzan una elevada norma moral; por lo contrario, permanecen
en un nivel bajo; están respirando constantemente las miasmas de
las zonas bajas de la tierra.
Hno L: Usted rige a su familia con vara de hierro. Es severo al
gobernar a sus hijos. No va a lograr su amor mediante este proce-
dimiento. No es tierno, amante, afectuoso ni cortés con su esposa;
por lo contrario, es duro, y siempre está rebajándola para acusarla y
censurarla. Una familia bien administrada y ordenada es agradable a
la vista de Dios y de los ángeles ministradores. Usted debe aprender
para que su hogar sea ordenado, cómodo y agradable. Adórnelo
después con decorosa dignidad, y sus hijos asimilarán ese espíri-
tu; y ustedes dos obtendrán con más facilidad orden, regularidad y
obediencia.
Hno. L: ¿Ha considerado usted qué es un niño, y adónde va? Sus
hijos son los miembros jóvenes de la familia del Señor: hermanos y
hermanas confiados a su cuidado por su Padre celestial a fin de que
los prepare y los eduque para el Cielo. Cuando usted los ha tratado
con aspereza, como lo ha hecho frecuentemente, ¿no cree que Dios
le va a pedir cuenta de esa manera de tratar? No debería de tratarlos
con semejante aspereza. Un niño no es un caballo o un perro para
que usted le dé órdenes de acuerdo con el imperio de su voluntad, ni
para que los controle en toda circunstancia con un garrote o un látigo,
o con bofetadas. Algunos niños tienen un carácter irrefrenable que
la administración de dolor puede ser necesaria; pero en muchísimos
casos esta clase de disciplina los vuelve peores.
Debería ejercer dominio propio. Nunca corrija a sus hijos mien-
tras esté impaciente o enojado, o cuando se encuentre bajo la in-
fluencia de la ira. Castíguelos con amor, diciéndoles que le disgusta
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causarles dolor. Nunca levante la mano para dar un golpe, a menos
que con limpia conciencia pueda inclinarse delante de Dios para
pedir su bendición sobre la corrección que está por administrar.
Fomente el amor en el corazón de sus hijos. Presénteles motivos
elevados y correctos para ejercer dominio propio. No les dé la impre-