Página 260 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 (1996)

Basic HTML Version

256
Testimonios para la Iglesia, Tomo 2
anhelar con fervor el Espíritu Santo, y orar fervorosamente para
obtenerlo. No puedes esperar la bendición de Dios sin buscarla. Si
empleas los recursos que se hallan a tu alcance, experimentarás un
crecimiento en la gracia, y te elevarás a una vida superior.
No es natural para ti amar las cosas espirituales, pero puedes
adquirir este amor ejercitando tu mente y las fuerzas de tu ser en
esa dirección. Lo que necesitas es el poder de obrar. La verdadera
educación es el poder de usar nuestras facultades de manera que
produzcan resultados benéficos. ¿Por qué ocupa la religión tan poco
de nuestra atención mientras que el mundo obtiene la fuerza del
cerebro, de los huesos y de los músculos? Es porque toda la fuerza
de nuestro ser se dedica a ello. Nos hemos preparado para dedicarnos
con fervor y poder a los negocios mundanales hasta el punto que
ahora es fácil para la mente inclinarse en este sentido. Esta es la
única razón que nos explica por qué los creyentes encuentran tan
difícil la vida religiosa y tan fácil la vida mundanal. Las facultades
han sido educadas para ejercer su fuerza en esa dirección. En la vida
religiosa se han aceptado las verdades de la Palabra de Dios, pero
no se las ha ilustrado en forma práctica en la vida.
El cultivo de los pensamientos religiosos y sentimientos de de-
voción no es hecho parte de la educación. Deberían influir en el ser
entero y regirlo completamente. El hábito de hacer lo recto es lo que
se necesita. Se obra intermitentemente bajo influencias favorables;
pero el pensar natural y fácilmente en las cosas divinas no es el
principio que rige la mente.
Si se ejercita de continuo la mente en las cosas del espíritu, no
será necesario permanecer en la condición de enanos espirituales.
Pero el mero hecho de orar al respecto, no satisfará las necesidades
del caso. El ejercicio producirá fuerza. Muchos de los que profesan
[239]
creer en Cristo, están muy expuestos a perder ambos mundos. El ser
cristiano a medias y mundano a medias hace que uno sea cristiano
en una centésima parte, y mundano en todo lo demás.
La vida espiritual es lo que Dios requiere, y sin embargo son
millares los que claman: “No sé lo que me pasa, no tengo fuerza
espiritual, no poseo el Espíritu de Dios”. Sin embargo, las mismas
personas se vuelven activas, locuaces, y aun elocuentes cuando ha-
blan de asuntos mundanales. Escuchemos a los tales en la reunión.
Apenas si pronuncian una docena de palabras con voz casi imper-